Tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús quien renunció a su categoría de Dios, descendió, se acercó y pasó por uno de tantos… (ver Flp 2, 5ss). De fuera viene Dios y se hace cercano, «nuestro».
Es esta salida-descenso la clave de la Misión. Salimos en un sentido pleno. Salimos para hacernos de ellos (me hice todo a todos – confiesa san Pablo-). Salimos y descendemos para, como Jesús, ser uno de tantos…
Dar razón de la esperanza, por encima de la predicación, es un reto que nunca puede olvidar el cristiano y que hemos de tener claro en la misión. Siempre ha habido distintas «maneras» de Anuncio. San Vicente aconseja un método sencillo, comprensible, desde el destinatario, (el Pequeño Método). Pero el acercamiento en diálogo y cercanía (la visita), ha sido desde el principio, ya en Chatillon, (e incluso en Folleville), una tarea del buen misionero. Las calles, las salas de los hospitales, la visita en la SSVP, etc. son maneras de este «acercarse» vicenciano. El vicenciano no espera que vengan; el vicenciano va.
Pero vayamos a los orígenes: El diálogo con la samaritana; la comida en casa de Zaqueo o con los publicanos; el «se quedaron con él«; el acompañamiento en la barca de Pedro; el diálogo nocturno con Nicodemo; el quedarse sólo con la pecadora; el «cuando entréis en una casa, decid primero; el id y decid a Juan, etc, …; en definitiva, quién dice la gente que soy yo y vosotros quién decís que soy, ¿no son de sobra testimonios del estilo dialogante de Jesús mismo?
Esta necesidad de salir (ir fuera, ir a los de lejos) conlleva, lo repetimos otra vez, un cierto movimiento que desestabiliza. Nos desestabiliza primero a nosotros y nos exige ofrecer «no clichés», sino convencimientos evangélicos profundos. No permite que nos acomodemos ni a este mundo ni a nuestro mundillo tantas veces estrecho.
Venimos de fuera, pero somos de casa. ¡No lo olvidemos! Vaya, que nadie debe sentirse extraño. No somos los «contrarios» del marco político. Somos un miembro más, aunque pertenezcamos a un órgano distinto de la misma Iglesia, del mismo mundo, somos representantes (ministros, servidores) del Dios que ama lo que ha creado.
Por lo demás, también en los pueblos hay gente que está fuera y la misión es para ellos. No podemos quedarnos al abrigo con los de dentro (¡qué bien estamos aquí, hagamos tres tiendas!…). Lo hemos dicho ya y hay que repetirlo: los pobres, la gente, los agnósticos, los indiferentes, los ateos… todos: tienen derecho a Jesús, al Evangelio. Si no fuera así, ¿para que ha descendido a nuestra pequeñez y ha pasado por unos de tantos?
Vamos en busca de la oveja perdida… Y aunque venimos de fuera, representamos a una comunidad que quiere abrirse y, como el Dios de nuestra fe, salir al encuentro.