Hoy se emplea con frecuencia una expresión en la propaganda misionera: «misiones renovadas». Pero, tenemos que preguntarnos, ¿es así? Porque da la sensación que, empezando por los responsables de las comunidades, hay quien no cree que se pueda renovar una comunidad con una misión. Por eso, debemos preguntarnos, «cuándo», «bajo qué signos y acciones», «con qué medios», etc… podemos decir de verdad que una misión es un ejercicio de renovación.
La pregunta, pues, es clara: ¿Qué entendemos por «renovación»? Porque cuando se emplea el término de «Misión renovada», a lo peor no entendemos lo mismo.
La Misión es para remover, renovar; o sea, para que no siga todo igual, cuando el «seguir igual» es semejante de acomodo. Querer una misión para no cambiar de actitudes y de manera de obrar es engañarse. Esta renovación, que lleva consigo una cierta desestabilización, en algunos casos puede resultar incómoda.
La Misión, como Jesús, viene (y tiene sentido) para dar vida, para ayudar a vivir. Esto exige una renovación de estructuras muertas o caducas. Y también, una re-vitalización de los servicios, de las mediaciones, de las personas… Una atención y un acompañamiento a unas personas a las que debemos ayudar a vivir desde el Evangelio.
Misión es lo mismo que abrirse todos a lo nuevo que provoca el Espíritu. Sí, porque lo nuevo es el Espíritu de Jesús que no se somete a los esquemas, ni siquiera a los planes pastorales. Recordemos si no la rotundidad con que se expresa el Ritual del bautismo y a qué se renuncia ese día. El Espíritu está por encima de costumbres y parálisis.
Mala será la misión que no nos traiga sorpresas. Una misión no tiene por qué resultar un triunfo. Pero si no hay ninguna sorpresa, probablemente no hubo misión. Habrá habido sólo trabajo. No olvidemos que la actuación de Jesús provocaba «admiración», y que, en el fondo, esa admiración era lo que realmente evangelizaba.
La Nueva Evangelización, dijo el Papa Juan Pablo II, ha de serlo «en el entusiasmo, en los métodos, en el espíritu«.
Más arriba está subrayado todos, porque la misión es para que «todos» busquemos. La Misión no es sólo para los que no vienen a la iglesia; o para los jóvenes; o, para el pueblo en general. En la Misión, Dios pasa para todos y cada uno. Y también «para los misioneros», que han de estar permanentemente atentos al Espíritu.
Todos, pues, somos al menos:
- Los curas de la parroquia.
- Los laicos que están siempre en la parroquia.
- Quienes hacen más o menos rutinariamente lo mismo.
- Los misioneros.
- Los seglares que sólo vienen ocasionalmente y los que no vienen.
- Los seglares alejados.
Todos cuantos que son «señal» de la presencia inquietante del Espíritu.
Afirmamos de entrada que es necesario pasar de una pastoral de «conservación» a una pastoral de «misión«. Pero, este «pasar» no es caminar por la superficie, olvidar, dejar que manden las circunstancias…, Es profundizar. Y este paso debe insertarse en el paso de mayor hondura para el cristiano, para la Iglesia: la conversión. Lo dijo con claridad Pablo VI: «Lo que importa es evangelizar -no de una manera decorativa, como con un barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces- la cultura y las culturas del hombre en el sentido rico y amplio que tienen sus términos en la Gaudium et spes, tomando siempre como punto de partida la persona y teniendo siempre presentes las relaciones de las personas entre sí y con Dios».
Y esto, aun teniendo en cuenta que la semilla puede caer en el camino, o entre zarzas, o en terreno pedregoso…
La misión engloba a la vez a Dios y al hombre. Por eso, vamos a fijarnos para terminar en dos aspectos o movimientos que ha de tener la pastoral misionera «renovada».
Renovación hacia dentro
A través de un encuentro «rico» con el Dios Padre que envía al Hijo al mundo para salvarlo. Jesús es a la vez el Mensajero, el Mensaje, la Buena Noticia y el que la ofrece. Y la tragedia de muchos, empezando por los de dentro, es que somos «como el ciego al borde del camino» no vemos o no queremos ver. Por eso necesitamos una renovación de actitud.
Necesitamos una continua conversión al Evangelio; los de dentro también necesitamos estar dispuestos a ser evangelizados. Pastoral de misión es el intento de una nueva pastoral con unos hombres convertidos al Evangelio.
Por eso, Él envía a su comunidad del mismo modo que el Padre le envió a Él. Por eso nos repite: no tengáis miedo, pasad a la otra orilla… Un vicenciano de pro lo dijo de otra manera: ¡Pasemos a los bárbaros!
La Pastoral misionera no es, pues o ante todo, llevar a cabo unas acciones distintas, crear nuevas estructuras, sino conversión al Evangelio, lo cual se manifestará también en un nuevo talante personal, comunitario, eclesial, en un nuevo modo de hacer en la Iglesia…
Renovación para relacionarse hacia fuera
El Espíritu sopla donde quiere; no sólo dentro de los muros de las iglesias. La Pastoral Misionera viene exigida por una fidelidad al hombre y al mundo, moradas también del Espíritu. Y por eso, también, porque está cambiando, en nuestro mundo.
La Iglesia no es para sí, sino para el Reino, para el mundo; es la Lumen Gentium. Hemos sido enviados para anunciar el Evangelio a toda la creación, al hombre de todo tiempo y cultura. Como Jesús, estamos llamados a sumergirnos en el mar del mundo, quizá hoy más bravo que el de Galilea. Conocer las condiciones del oyente de la Palabra de Dios va implicado, necesariamente, en la Evangelización.
¿Y por qué? Porque estamos convencidos que el Evangelio es un bien para el mundo, el mejor de los bienes. Estamos convencidos de que todo hombre, pero en especial los pobres, tienen derecho al Evangelio. Anunciar el evangelio es «de justicia».
La misión es la llamada que escucha la Iglesia ante la nueva y difícil situación del mundo; y es también una nueva mirada a su ser y esencia, es como una vuelta a ser ella misma.
Y aquí habría que hacerse eco de un nuevo reto. Lo lanzo con palabras que proceden del cardenal Suenens V. Neckebrouck. «Hace unos años V. Neckebrouck, estudioso de misionología y antropología religiosa, publicó un libro con un incisivo título que, traducido, reza como sigue: «Los demonios mudos. El síndrome antimisionero en la Iglesia occidental»».
Por eso, repetimos y repetimos que, aunque los pilares del edificio misionero no cambien (alguien dijo que nada hay nuevo bajo el sol), las formas y las concreciones de cada misión han de tener «un algo distinto». Han de ser renovadas. ¿Por qué? Porque las realidades son diferentes. Sí; estamos llamados a anunciar el Evangelio en un mundo en cambio. En un mundo que, si no cambiamos, no nos escuchará.