En el evangelio del día de hoy leemos el conocido pasaje de la Anunciación. El nacimiento del Niño Dios se nos aproxima y es normal que María, su Madre, adquiera un protagonismo especial en este tiempo de Adviento, de «tensa espera» y vigilancia ante la llegada del Hijo de Dios que se encarna en nuestra propia historia.
El diálogo que María sostiene con el arcángel San Gabriel nos presenta toda una catequesis de apertura, fe, silencio interior y acogida de la palabra, como expresión y aceptación de la voluntad de Dios. No le resultó fácil a María comprender las palabras de Gabriel pero una fe madura y adulta se caracteriza por confiar en Dios en medio de las dificultades, las incomprensiones y las dudas. María vive una fe que se ahonda y afirma a través de las oscuridades y las pruebas. Su hijo Jesús, ya desde su propio seno materno se le presenta como un misterio que le va iluminando poco a poco a través de las diversas experiencias que vive acariciándolo en la humildad de su nacimiento, en la abnegación y sacrificio de la vida oculta de la adolescencia y juventud del «taller-escuela» de Nazareth y acompañándole como la primera discípula en la instauración del Reino de Dios.
María ilumina con el ejemplo de sus actitudes y virtudes la última etapa del tiempo de Adviento. Nadie como ella nos puede orientar a vivir la sencillez como transparencia y sinceridad de vida para dirigirnos a Dios. Asumir la vida como la esclava del Señor Lc. 1,38), testimonio máximo de humildad, supuso en María sentirse instrumento de salvación ante Dios para ofrecer a su propio Hijo como causa de redención por nuestros pecados. La oración en María presupone un estado permanente de silencio interior para acoger la Palabra de Dios y darle respuesta adecuada con disponibilidad y desprendimiento desde el compromiso y respuesta en las necesidades de la vida diaria.
María es también, siguiendo el itinerario de Aparecida, primera discípula y misionera. Nadie como ella acompañó al Señor en los momentos más significativos: al inicio de la predicación en las Bodas de Caná, en momentos puntuales de la instauración del Reino y ante el sufrimiento y el dolor al pie de la cruz. Anima a los apóstoles a anunciar el Reino y se hace testigo predilecta de Cristo resucitado.
Muchas son las razones, entonces, de mirar a María con fe en esta etapa final de Adviento y preludio ya del nacimiento del Hijo de Dios. Que Nuestra Señora de la Esperanza nos mantenga en el gozo de celebrar la venida del Señor que ya llega para iluminar con su amor el caminar de nuestra vida.