DIOS LE DARÁ EL TRONO DE DAVID
Domingo 4º de Adviento. B
18 de diciembre de 2011
La figura de David es como un diamante con muchas facetas. En la primera lectura que hoy se proclama, aparece como un rey profundamente religioso y preocupado por el culto. Llama al profeta Natán y le dice: «Mira, yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor vive en una tienda» (2 Sam 7, 2).
Tan interesante como la figura de David es la de Natán. En un primer momento el profeta aprueba la decisión real de construir un templo para el Señor. Pero en el silencio de la noche, recibe este oráculo del Señor: «Ve y dile a mi siervo David: ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella?» (2 Sam 7,5).
Tal vez había motivos poco religiosos para aquella decisión del rey. ¿Había de servir el templo para manifestar la gloria del nuevo reinado? ¿Se trataba con él de vendar y curar las heridas creadas por el cambio de la dinastía? ¿Pretendía el rey utilizar el proyecto del templo para acercar al trono a las tribus de Israel?
Nada de esto se nos dice. Pero hay un cambio de sujetos que es elocuente. En el texto se contraponen el «yo» y el «tú». David tiene un proyecto personal y Dios se lo cuestiona: «¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella?». Dios no se deja domesticar ni ganar en generosidad. Es Él quien le dará a David una casa y una dinastía.
DAVID Y MARÍA
El evangelio de este cuarto domingo de cuaresma supone a la vez una continuación y un contraste con relación a la primera lectura.
– La continuación está señalada por el mensaje que el ángel Gabriel transmite a María. Tendrá un hijo a quien el Señor Dios le dará el trono de David su padre (Lc 1, 32). En María de Nazaret se cumple la profecía que el profeta Natán había transmitido al rey David. Efectivamente, Dios le había dado una casa.
El último anillo de aquella dinastía habría de llamarse Jesús. Con su mismo nombre se resumía su misión de hacer visible la salvación que Dios ofrece a los hombres. Heredaba el reino de David, pero su reinado no se vería limitado por el tiempo y por el espacio. Sería eterno y universal.
– El contraste se hace evidente en las palabras finales de María. David decidía por sí mismo. María se pone a disposición de Dios. David hablaba como un rey y pretendía hacer él un templo para el Señor. María habla como una sierva y responde al anuncio del ángel dejando la iniciativa a Dios: «Hágase en mí según tu palabra».
La lección que se desprende de esa contraposición es bien clara. Ni la dinastía de David ni la salvación humana pueden nacer de una voluntad autónoma e interesada. El templo había de levantarse cuando el mismo Dios diera la señal. El último eslabón de la casa de David ha nacido por la voluntad y el poder del mismo Dios.
DIOS Y SU HIJO
En el mensaje del ángel se sugiere que Dios cuenta con la voluntad humana, al tiempo que se nos revela la grandeza del misterio del nacimiento de Jesús:
- «El Espíritu Santo vendrá sobre ti». Al comienzo de todo, el Espíritu aleteaba sobre las aguas primordiales. Él había de dar origen al orden y a la belleza del mundo, a la vida multiforme y variada y a la grandeza de los hijos de Dios. Ahora aletea sobre María para dar origen a la nueva vida: la del Hijo de Dios y la de sus seguidores.
- «La fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra». A lo largo del largo camino por el desierto, la nube de Dios se posaba sobre la tienda en la que Él se comunicaba con Moisés. Ahora, la sombra del Altísimo va a constituir a Jesús como el nuevo lugar de la alianza y como el profeta definitivo.
- «El Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios». A lo largo de los siglos, Dios se había mostrado como Padre de su pueblo. Lo había engendrado, educado y protegido. Ahora Dios revelaba su santidad en el Hijo de María que, con toda razón se revelaba como el Hijo de Dios. En esa filiación y en su filialidad habíamos de participar todos.
– Señor Jesús, «María te esperó con inefable amor de Madre». Junto a ella vivimos, esperando tu manifestación a este mundo salvado por ti del pecado y de la náusea. Bienvenido seas a esta tierra que es la tuya. Amén.