Ciclo A, La Sagrada Familia (reflexión de Antonio Elduayen, C.M.)

Francisco Javier Fernández ChentoHomilías y reflexiones, Año ALeave a Comment

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Todavía con la mirada (de los ojos y del corazón) en el Niño Dios, que está en la cuna del belén, el evangelio de hoy (Mt 2,13-15.19-23) nos pide fijar la atención en la familia. Desde luego, la sagrada Familia de Nazareth, pero también la familia en general, la tuya y la mía. Evidentemente en el llamado Misterio de Navidad, sus tres personajes son parte del Misterio, pero el principal es Jesús, que acapara nuestro interés. En la misa de Noche Buena lo hemos visto como un bebe inerme y vulnerable  -¡Él que es el Hijo de Dios!- ; en la de Navidad (¡ayer!), lo hemos contemplado Dios con el Padre desde siempre  -¡Él que es un bebe! Hoy, la iglesia quiere que lo veamos en el seno de una familia y como parte de la misma. Con todo lo que esto entraña en sí y para todas nuestras familias.

Reflejo de la Familia de Dios, que es una comunidad de tres Personas divinas, la Familia de Nazaret es, debe ser, modelo para toda familia humana. Lamentablemente no nos la proponemos como modelo ni la tenemos muy en cuenta. Quizá porque sólo pensamos en ella cuando llega la Navidad o la Fiesta de la Sagrada Familia. Y porque, siendo ellos santos, pensamos que todo les era fácil y como moviéndose en las nubes. Pero no fue así, y por donde se la mire, en lo divino y en lo humano o social, tuvo tantos y más problemas que la mayoría de nuestras familias. O si no, díganme cuál de nuestras familias ha sido por un buen tiempo «familia sin techo», perseguida, emigrante en país extraño (Egipto), refugiada en Nazareth, pobre… Es por ello que la Sagrada Familia puede enseñarnos a ser y vivir felices en medio de las adversidades y puede mostrarnos cómo surgir de la nada o teniendo muy poco.

En otro orden de cosas, la sagrada familia de Nazareth vive y nos enseña a vivir los principios fundamentales y las virtudes propias de la familia que se construye sobre el matrimonio de un hombre con una mujer, como el de María con José. Hoy son muchas las circunstancias, de todo género y origen, que atentan contra su comunión feliz, pero no voy a referirme a ellas. Considero más importante referirme a los principios sólidos que fundamentan y a las virtudes humanocristianas que facilitan y santifican la vida en familia. Entre los principios enumero los sgtes. : el de la unidad en la diversidad y viceversa, por el que la familia se convierte en icono o retrato vivo de Dios; el de la reciprocidad corresponsable, y los de ser santuario de la vida, casa de Dios, formadora de personas, transmisora de valores (empezando por el de la fe) y promotora del bien común (célula del tejido social).

Entre las virtudes familiares: ante todo el amor recíproco, con todas las características que, según la Escritura debe tener el amor (1 Cor 13, 4-6). La autoridad, que es compartida por los esposos-papás y que ha de ser ejercitada siempre en diálogo, corresponsabilidad y bondad, sobre todo con los hijos. Hay que ser firmes, pero siempre con suavidad. Así la obediencia no les caerá pesada y será como la expresión de su amor y respeto a los papás y de su aporte a la felicidad del hogar.

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