Caritas: el ejercicio del amor por parte de la Iglesia como “comunidad de amor”

Francisco Javier Fernández ChentoFormación VicencianaLeave a Comment

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Autor: José-Vicente Martínez Muedra, C.M. · Año publicación original: 2003 · Fuente: Vincentiana.
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1. Introducción: la configuración trinitaria de la Congregación

El ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios porque tiende a crear una comunidad, por eso Dios los creó hombre y mujer (cf. Gen 1,27) y esta imagen y semejanza de Dios hace alusión al Dios trinitario que es comunión transparente e irrompible de los tres seres divinos fundamentada en el amor. Las tesis de Bruno Forte y de Leo-nardo Boff tienen una cierta influencia de San Vicente de Paúl, que definía a Dios como una Familia de Amor y ellos hablan de Dios como una Comunidad de Amor con vitalidad y dinamismo.

En nuestras Comunidades Vicencianas encontramos esta vitali­dad y dinamismo «en su propia renovación, ante todo en los elementos más importantes de nuestro modo de vivir y obrar» y principalmente en «el seguimiento comunitario de Cristo Evangelizador de los pobres, que crea en nosotros vínculos de amor y de afecto; por eso, uniremos el mutuo respeto a un sincero afecto ‘a manera de amigos que se quie­ren bien’ » (CC 25, 1).

Pannenberg habla del Dios Uno y autodiferenciado. Dios no es identidad. La revelación de Dios en Jesús comporta tres aspectos:

  1. Experiencia de Jesús que se siente unido al Padre e impulsado por el Espíritu. Enraizado y viviendo siempre en el horizonte del Padre, Jesús tiene una intimidad con el Padre que le da el Espíritu.
  2. Vida de la Comunidad Cristiana inicial, que se configura como continuadora de la religiosidad de Jesús. Bajo esta perspectiva hay que leer el artículo 20 de nuestras Constituciones que dice: «Como la Iglesia y en la Iglesia, la Congregación descubre en la Trinidad el principio supremo de su acción y su vida.
    1. Congregados en Comunidad para anunciar el amor del Pa­dre hacia los hombres, le damos expresión en nuestra vida.
    2. Seguimos a Cristo que convoca a los apóstoles y discípulos y que lleva con ellos una vida fraterna para evangelizar a los pobres.
    3. Bajo el soplo del Espíritu Santo construimos la unidad entre nosotros al realizar la Misión, a fin de dar un testimo­nio fehaciente de Cristo Salvador».
  3. Plegaria de la Comunidad para rendir veneración y culto al misterio de la Trinidad como testigos y mensajeros del amor de Dios (cf. CC 48).

El fundamento bíblico de toda esta doctrina la encontramos en el Evangelio de San Marcos que pone en boca de Jesús como debe ser la Comunidad Cristiana: En Mc 3,20-21.31-35 observamos que San Marcos juega con la palabra hermano; en la primera parte hace referencia a toda la parentela consanguínea de Jesús (cf. Mc 3,20-21 con Gen 13,8; Gen 14,14-16) y en la segunda parte a los miembros de una misma tribu que entre ellos tenían este tratamiento de «Her­mano» (cf. Mc 3,31-35 con Nm 8,26; 16,10; 36,2). En este sentido, la Comunidad Cristiana, es una Comunidad de Hermanos, una frater­nidad, que se quieren bien que sigue y escucha a su maestro que es Cristo haciendo la voluntad del Padre.

2. La caridad como manifestación del amor trinitario (19)

El Papa específica cómo tiene que ser el modelo de amor de esta Comunidad de amigos que se quieren bien, que es tal como Cristo nos amó (cf. Jn 13,34 ss.), dando su vida por amor (cf. Jn 15,13), al rescate y al servicio de los demás (cf. Jn 13,13-17; Mc 10,44-45), es el grado máximo de amor (AÁ·πË) que Dios ha manifestado a la huma­nidad (cf. Jn 3,16) haciéndose prójimo, solidario y Buen Samaritano del pobre (cf. Lc 10,29-37). Precisamente en esta parábola la razón de pasar de largo el sacerdote y el levita no es la falta de generosidad, sino es el respecto escrupuloso a la ley que prohibía tocar un cadáver (cf. Num. 5,2; 19,2-13). La fuerza de esta parábola está en que un samaritano — no cumplidor de la Ley — resulta ser el verdadero cumplidor del espíritu de la Ley, al anteponer el amor a cualquier interés personal. En esta línea la Constitución 18, recomienda a las Provincias en tener iniciativas para imitar a Cristo «Buen Samari­tano» que salía a socorrer las necesidades de los pobres.

El Papa nos llama a contagiar este amor de Cristo de la misma manera que se contagia la gripe, en esta línea nos dice San Vicente: «Es cierto que yo he sido enviado, no sólo para amar a Dios, sino para hacerlo amar. No me basta con amar a Dios si no le ama mi prójimo. He de amar a mi prójimo, como imagen de Dios y objeto de su amor, y obrar […] para que con una caridad mutua también ellos se amen entre si por amor de Dios, que los ha amado hasta el punto de entregar por ellos a muerte a su único Hijo» (ES XI, 553).

El talante misionero de la Evangelización que llama a la gente a la Conversión haciéndolos participar en los Sacramentos y el signo visible que da credibilidad de esta Buena Noticia es la promoción humana es este amor trinitario. «Por tanto, el amor es el servicio que presta la Iglesia para atender constantemente los sufrimientos y las necesidades, incluso materiales, de los hombres» (DCE 19); nuestras Constituciones recoge de esta manera esta idea: «La caridad de Cristo [AÁ·πË] que se compadece de la muchedumbre es fuente de toda nues­tra actividad apostólica, y nos impulsa, según la expresión de San Vicente, ‘a hacer efectivo el Evangelio’. En diversas circunstancias de tiempo y lugar, nuestra evangelización de palabra y de obra debe tender a que todos, por la conversión y la celebración de los sacramentos, se adhieran ‘al Reino, es decir, al mundo nuevo, al nuevo estado de cosas, a vivir la nueva manera de ser, a la forma de vivir, de vivir juntos, inaugurada por el Evangelio’ [EN 23]» (CC 11).

3. La Caridad como tarea de la Iglesia (20-25)

El Papa nos empieza a hablar de cómo está construida la Comu­nidad Cristiana, en los pilares en que se ha edificado. Los primeros cristianos descubrieron que Jesús, además, con el Espíritu Santo que los hizo reconocer en Pentecostés, los enviaba a comunicar su men­saje de salvación a todos los hombres y mujeres del mundo.

Para poder ser fieles a esta doble tarea (vivir unidos y ser evan­gelizadores) descubrieron que necesitaban cuatro herramientas fun­damentales para la construcción de una verdadera Comunidad Cris­tiana: Catequesis (primeros testimonios de la vida de Jesús), Oración Comunitaria (Comunión intensa y profunda con Dios); Compartir los Bienes (Comunión autentica con los hermanos más necesitados) yla Eucaristía (resumen y alimento de todo lo que significa seguir a Jesús).

La Catequesis: La primera generación de Cristianos oyeron de pri­mera mano (Lc 1,1-4) la vida, hechos, milagros, prodigios de Jesús de Nazaret, parte de estos se llegaron a escribir (los evangelios), o se hicieron una serie de consideraciones sobre el hecho trascendental de la Resurrección de Cristo (Cartas) con aquel famoso hallazgo de la tumba vacía.

La Catequesis ha tenido y tiene su vigencia en la Iglesia como formación permanente de sus miembros: De la misma manera un electrónico, un médico, un mecánico se actualiza, el cristiano tiene la dulcísima obligación de actualizarse en la Fe, para poder vivir como un auténtico cristiano y no lo sea de cartón.

La Oración en común: Toda la Comunidad se pone en manos de Dios, ofreciéndole sus anhelos, sus ilusiones, sus alegrías, interce­diendo por las necesidades de la Comunidad Cristiana, intercediendo por las necesidades del mundo.

Compartir los Bienes: A favor de las necesidades de la Iglesia y de los pobres. Esto le permite a la Comunidad Cristiana vivir con deter­minada austeridad, al saber utilizar los bienes con audacia.

Un cristiano que no va a misa y se solidariza con los pobres está confesando a Dios con sus obras pero le falta la dimensión espiritual para confesar a Dios con los labios; un cristiano que va a misa y no se solidariza con los pobres, es un cristiano de cartón. La Iglesia que ha recibido por herencia de Jesús a los pobres, tiene la dulcísima obligación de evangelizar a los pobres y de asistirlos en toda clase de sus necesidades. Cualquier Iglesia que se auto clasifique como «cris­tiana» afirme que la solicitud de los pobres es cosa del gobierno, no es verdaderamente una Iglesia cristiana, ya que sus seguidores admi­rados por lo bien que habla el predicador y al no imitar a Jesús en esta faceta se han convertido en un «grupo estufa».

La Eucaristía: Las personas tienden a congregarse con otras que comparten sus anhelos, sus inquietudes y hacer fiesta. Toda fiesta tiene dos elementos que hay que tener en cuenta: El recuerdo del hecho histórico del pasado y la proyección o implicación de ese hecho en un futuro. En España tenemos la fiesta de fin de año, y en ella se ve de una manera palpable estas dos realidades: Recordamos un año que ha pasado (12 uvas) y empezamos un año que promete ser mejor que el anterior (brindis y beber el cava). Estas dos realida­des quedan escenificadas en la comida ritual de las 12 de la noche.

Todos estos elementos se encuentran reflejados en la celebración de la Eucaristía o Misa: Celebramos nuestra identidad de Pueblo de Dios salvado por Cristo; no sólo recordamos lo que pasó aquel primer viernes santo de la historia, también celebramos que un día estaremos con Él en el cielo y estas dos realidades se hacen latentes en nuestra celebración.

Al celebrar esta identidad, tomo conciencia que hay hermanos que no tienen la misma dignidad que yo, y por caridad me tengo que solidarizar con ellos y soy enviado a asistirlo (cf. DCE 22).

La Comunidad Cristiana está convocada por Dios para escuchar su Palabra, se congrega ante el altar para participar de una comida de hermandad, que es el mismo Jesús que se nos da como alimento y es enviada por Jesús a anunciar la Buena Noticia.

Al organizarse la Iglesia de cara a la Evangelización, hizo una di­stribución de misterios; unos se quedaron con el ministerio de la Pa­labra, y otros con el ministerio de la Caridad como tarea primordial, siendo los Apóstoles los principales animadores de la Evangelización y la misión de los diáconos (cf. Hch 6,1-6) está regida por el principio de corresponsabilidad y colaboradores en esta tarea.

San Vicente preparó al laicado para las Misiones Populares y para las Misiones Ad Gentes para poner y dejar en marcha a las «Caridades» en cada Misión para que pudieran atender las necesida­des de los pobres y exhortaba a los Misioneros que no se descuidaran de atenderlos materialmente por ellos mismos o promoviendo que la gente lo haga (cf. ES XI, 393).

«Llegados a este punto, tomamos de nuestras reflexiones dos datos esenciales:

  1. La naturaleza íntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios (ÎÂÚ˘ÁÌ· ­Ì·ÚÙ˘ÚÈ·), celebración de los Sacramentos (Liturgia) y servicio de la caridad (‰È·ÎÔ˘È·)» como signo que da cre­dibilidad al anuncio y pasa a ser un Evangelio efectivo. «Son tareas que se implican mutuamente y no pueden separarse una de otra. Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que tam­bién se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su pro­pia esencia.
  2. La Iglesia es la familia de Dios en el mundo. En esta familia no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario. Pero, al mismo tiempo, la caritas-ágape su­pera los confines de la Iglesia; la parábola del buen Sa­maritano sigue siendo el criterio de comportamiento y muestra la universalidad del amor que se dirige hacia el necesitado encontrado ‘casualmente’ (cf. Lc 10,31), quienquiera que sea. No obstante, quedando a salvo la universalidad del amor, también se da la exigencia específicamente eclesial de que, precisamente en la Iglesia misma como familia, nadie de sus miembros sufra por encontrarse en necesidad. En este sentido, siguen teniendo valor las palabras de la Carta a los Gálatas: ‘Mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe’ (Ga 6,10)» (DCE 25).

4. Justicia y Caridad (26-29)

El Papa Benedicto XVI, parte del cambio del siglo XIX que se centralizó en la búsqueda de un nuevo orden social para erradicar la pobreza, y en aquella época fue el Marxismo, al reducir la caridad a la mínima expresión como una limosna. Actualmente en Occidente se han creado nuevas formulas como la creación del Estado del Bien­estar, aplicando políticas de reinserción del marginado a la sociedad, aplicando los dos principios en que se mueve la política (Solidaridad y subsidiariedad) que, por no darle un seguimiento en la aplicación, el Estado de Bienestar ha entrado en crisis al convertirse en paterna­lista. Uno de los resultados del Estado Paternalista en algunos esta­dos es que el Estado se encargará de educar en valores a los niños, se han apropiado de la paternidad responsable y maternidad responsa­ble de los padres del niño.

Otra alternativa al sistema para erradicar la pobreza es cambiar el criterio de justicia y pasar de una justicia distributiva inversa a una justicia equitativa. La dimensión social del jubileo del año 2000 iba por esta dirección. Los países industrializados se han convertido en pésimos administradores del dinero de los pobres y el 0,7% del presupuesto de la Administración pública para los países en vías de desarrollo es devolverles en parte el dinero que le hemos robado.

Con la Evangelización contribuimos a la construcción de un mundo de justicia equitativa: «Evangelizar significa para la Iglesia lle­var la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad: ‘He aquí que hago nuevas todas las cosas’. Pero la verdad es que no hay humanidad nueva si no hay en primer lugar hombres nuevos con la novedad del bautismo y de la vida según el Evangelio. La finalidad de la evangelización es, por consiguiente, este cambio interior y, si hubiera que resumirlo en una palabra, lo mejor sería decir que la Iglesia evan­geliza cuando, por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos.

Sectores de la humanidad que se transforman: para la Iglesia no se trata solamente de predicar el Evangelio en zonas geográficas cada vez más vastas o poblaciones cada vez más numerosas, sino de alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la palabra de Dios y con el designio de salva­ción» (EN 18-19). Un ejemplo sencillo es un proyecto misionero de becas: becar a un niño angoleño para que estudie es facilitarle que se cumpla en él el derecho universal de la enseñanza, de esta manera un niño de Angola y un niño europeo pueden gozar a ir a la escuela y por lo tanto esta inversión tanto en el niño de Angola como en el europeo para sus estudios repercute indirectamente en el desarrollo y progreso del país.

Para San Vicente la acción asistencial nunca puede ser ni apare­cer como un sucedáneo de las reformas estructurales. Por el contra­rio, la exige a gritos y en nombre de Dios. Y si desde la justicia de los hombres la acción caritativo-social es un acto voluntario, desde la justicia de Dios se torna obligatorio. Por eso, subraya en una carta del 8 de marzo de 1658 al superior de Marsella: «¡Qué Dios nos con­ceda la gracia de enternecer nuestros corazones a favor de los misera­bles y creer que, al socorrerles estamos haciendo justicia y no miseri­cordia!» (ES VII, 90).

Oficialmente, la Iglesia tardó en incorporar dentro de su doctrina la «Justicia Social» y para poner como un pequeño detalle: la lectura cristiana de la declaración universal de los derechos humanos de 1948 la hace el Papa Juan XXIII en la encíclica «Pacem in Terris» del 11 de abril de 1963 (cf. PT 11-34).

San Vicente cuando habla de la Justicia Social apela a la justicia divina, haciendo este argumento de teodicea: es Dios quien nos hace justo y quiere que recuperemos nuestra dignidad de hijos de Dios que teníamos en la Creación. Por este motivo acción social es que la persona que ha sido excluida recupere la dignidad y libertad de hijos de Dios; nosotros somos unos intermediarios de la justicia divina extendiendo el Reino de Dios entre los pobres (cf. ES I, 203; ES IV, 168; ES IX, 919). Bajo esta óptica hay que releer el punto 28 de la Encíclica.

5. El perfil específico de la actividad caritativa de la Iglesia (31)

El Papa Benedicto XVI hace un reconocimiento de todas aque­llas asociaciones tanto laicales como religiosas que a lo largo de los tiempos han seguido a Cristo «Buen Samaritano», cumpliendo en el espíritu de la ley, han socorrido al Pobre en sus necesidades materia­les y espirituales «de la misma manera que vamos a apagar el fuego» y lo manifiesta en los siguientes puntos:

a) Según el modelo expuesto en la parábola del buen Sama­ritano, la caridad cristiana es ante todo y simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación: los hambrientos han de ser saciados, los des­nudos vestidos, los enfermos atendidos para que se recu­peren, los prisioneros visitados, etc.

b) La actividad caritativa cristiana ha de ser independiente de partidos e ideologías. No es un medio para transfor­mar el mundo de manera ideológica y no está al servicio de estrategias mundanas, sino que es la actualización aquí y ahora del amor que el hombre siempre necesita.

c) Además, la caridad no ha de ser un medio en función de lo que hoy se considera proselitismo. El amor es gratuito; no se practica para obtener otros objetivos. Pero esto no significa que la acción caritativa deba, por decirlo así, dejar de lado a Dios y a Cristo. Siempre está en juego todo el hombre. Con frecuencia, la raíz más profunda del sufrimiento es precisamente la ausencia de Dios. Quien ejerce la caridad en nombre de la Iglesia nunca tratará de imponer a los demás la fe de la Iglesia. Es consciente de que el amor, en su pureza y gratuidad, es el mejor testimonio del Dios en el que creemos y que nos impulsa a amar.

6. Los responsables de la acción caritativa de la Iglesia (32-39)

El Papa retoma el tema tratado en los puntos 20-25, recordando los cuatros pilares de la Comunidad Cristiana que desembocaba todo en la acción caritativa de la Iglesia: la Oración la tengo que llevar al servicio (cf. ES IX, 374-375.381.1117; ES XI 285); la Eucaristía me impulsa a ser AÁ·πË para los pobres y la formación me conduce a ello: «El fin de la Congregación de la Misión es seguir a Cristo Evange­lizador de los pobres. Este fin se logra cuando sus miembros y Comu­nidades fieles a San Vicente […] ayudan en su formación a clérigos y laicos y los lleva a una participación más plena en la Evangelización de los pobres» (CC 1, 3). Recordemos que para San Vicente, la acción caritativa ya estaba unida al anuncio del Kerigma y que este Cristo anunció el Reino para los pobres.

El Papa describe el perfil cristiano del responsable de la Pastoral Social: Una persona de Fe que tiene su proyección en sus obras (cf. Sant 2,14-18; XI, 393 s.), de Oración (cf. ES XI, 778), con un espíritu de humildad (cf. RC II, 14; CC 7) y que se nutra de los sacramentos: principalmente de la Eucaristía y del Sacramento de la Reconciliación (cf. CC 45, 1-2)

7. Conclusión (40-42)

Haciendo eco a Hebreos 13,7-8 que dice: «Acordaos de quienes os han dirigido y os han anunciado el mensaje de Dios; meditad en cómo han terminado sus vidas y seguid el ejemplo de su fe. Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre», el Papa menciona a algunos que nos ha precedido en la Fe, en el servicio a los pobres y, ente ellos, a San Vicente de Paúl. Nos pide que nos pongamos en manos de «María, la Virgen, la Madre, nos enseña qué es el amor y dónde tiene su origen, su fuerza siempre nueva. A ella confiamos la Iglesia, su misión al servicio del amor: Santa María, Madre de Dios, tú has dado al mundo la ver­dadera luz, Jesús, tu Hijo, el Hijo de Dios. Te has entregado por com­pleto a la llamada de Dios y te has convertido así en fuente de la bondad que mana de Él. Muéstranos a Jesús. Guíanos hacia Él. Ensé­ñanos a conocerlo y amarlo, para que también nosotros podamos llegar a ser capaces de un verdadero amor y ser fuentes de agua viva en medio de un mundo sediento» (DCE 42).

Bibliografía

  1. AUTORES VARIOS, Diccionario de espiritualidad Vicenciana, CEME, Sala-manca 1995.
  2. BENEDICTO XVI, Carta Encíclica Deus Caritas est del 25 de diciembre de 2005.
  3. BOFF LEONARDO, A Santísima Trinidade, a melhor Comunidade, Paulinas, Sao Paulo 1986.
  4. CONGREGACIÓN DE LA MISIÓN, Constituciones, Reglas Comunes y Estatutos, CEME, Salamanca 1986.
  5. JUAN XIII, Encíclica Pacem in Terris del 11 de abril de 1963.
  6. PABLO VI, Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi del 18 de diciem­bre de 1975.
  7. VICENTE DE PAUL, Obras completas, Sígueme, Santander 1972-1986.

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