Cántico: Magnificat

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Autor: José Ignacio Fernández Hermoso De Mendoza, C.M. .
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«Existe un consenso cada vez mayor sobre la unidad de autor del Tercer Evangelio y Hechos de los Apóstoles, basado en la unidad de estilo y teología. Evangelio y He­chos son dos partes de una misma obra, escrita por un cristiano helenista de la segunda generación, que la tradición identifica con Lucas»1. Efectivamente, Lucas escribió dos obras: el Tercer Evangelio y los Hechos. A pesar de tratarse de dos libros distintos, en ambos casos hay algo decisivo que les une: los dos responden a un único y mismo proyecto teológico, como es la apertura de la Iglesia a los gentiles. Ambas obras encie­rran una misma intencionalidad: la universalidad de la salvación, prevista en el Evan­gelio, más desarrollada en Hechos.

La mayoría de los exégetas piensan que la entera obra de Lucas fue escrita hacia el año 80. Los destinatarios pertenecen al mundo helenista. «Los oyentes de Lucas son predominantemente cristianos de origen gentil, aproximadamente contemporáneos, pero distintos, de los cristianos que componían la comunidad de Mateo»2.

Al evangelista San Lucas lo llamamos a veces «evangelista de María». De entre los pasajes mariológicos cabe destacar el llamado «evangelio de la infancia», y más en par­ticular el himno Magníficat, que el autor puso en labios de María.

Estructura literaria del tercer Evangelio

San Lucas divide su obra en períodos diferenciados con claras delimitaciones geo­gráficas y doctrinales. Algunos elementos proporcionan unidad al Tercer Evangelio: ciertos indicios literarios, las articulaciones internas, el movimiento teológico ascendente y los contenidos doctrinales.

El prólogo literario (1,1-4)

El prólogo, de vocabulario escogido, se parece al usual en el caso de los historiado­res de la época. En el prólogo Lucas manifiesta cuáles son sus intenciones literarias: narrar para los lectores unos hechos ocurridos de cuya vigencia y validez nadie puede dudar. El proyecto de la obra comprende lo siguiente:

  • Jesús se encuentra en el origen de la tradición (v. 3).
  • Unos testigos oculares (v. 2), fi eles «servidores de la Palabra» (v. 2), transmitie­ron los hechos (v. 2).
  • Otros, con anterioridad a Lucas, «narraron ordenadamente las cosas» (v. 1).
  • Lucas, por su parte, tras una investigación acerca de la veracidad de lo transmi­tido hasta su propio momento, se propone escribir por orden los hechos sucedidos (v. 3).
  • El autor dedica la obra a Teófilo. Tal vez se trata de un cristiano propagandista, tal vez de una dedicatoria literaria (v. 3).
  • Lucas invita a los destinatarios a que reconozcan la validez de lo que van a en­contrar en su obra escrita (v. 4).

Se trata, por lo tanto, no de la enseñanza de primera mano procedente de Jesús, sino de una tradición hace tiempo aceptada por la Iglesia, que ahora en un segundo momento se vuelve a formular y ofrecer a las comunidades.

Los relatos de la infancia (1,5-2,52)

Se trata de una extensa perícopa bien delimitada por la temática y por el género lite­rario. Los autores se preguntan qué relación guardan los capítulos 1 y 2 con el resto del Evangelio y Hechos. ¿Comenzó la obra de Lucas con los relatos del nacimiento? ¿O, por el contrario, inició su obra con la narración del ministerio de Juan Bautista, a la que luego antepuso los capítulos 1 y 2? Las respuestas de los exégetas no son coin­cidentes. No obstante la mayoría de los estudiosos se inclinan a pensar que el Evangelio comenzaba en 3,1, de tal manera que la obra original de Lucas comprendía desde este pasaje, incluido todo el resto del Evangelio y Hechos de los Apóstoles. Los relatos de la infancia se antepusieron al Evangelio una vez concluido el libro de los Hechos3. Marcos y Juan inician también sus respectivos evangelios con los relatos sobre Juan Bautista.

¿Qué papel desempeña el evangelio de la infancia (Lc. 1, 5-2,52) dentro del conjunto de la entera obra lucana?

Según Conzelmann, tanto el evangelio de la infancia (1,5-2,52) como el pasaje (3,1-4,13) que trata del ministerio de Juan Bautista, pertenecen y representan al perío­do de Israel, de tal manera que nada tienen que ver con el tiempo de Jesús4.

Según Brown, por el contrario, en los capítulos 1 y 2 encontramos la transición de Israel a Jesús. Los personajes como Zacarías e Isabel, Simeón y Ana representan a los últimos piadosos del Antiguo Testamento. María en el Magníficat expresará las esperanzas más puras compartidas por el resto de Israel. Unos y otros saludarán a su vez la era iniciada por Jesús. Así pues, entre el tiempo de Israel y el de Jesús, Lucas insertó unos episodios de transición5.

¿Cuál es la organización interna de los capítulos 1 y 2?

Lucas distribuyó los materiales de ambos capítulos de manera genial. Procuró ju­gar con el paralelismo entre Juan Bautista y Jesús hasta donde le era posible, sin aho­rra: expresiones que pusieran de manifiesto la superioridad de Jesús. A este propósito encontramos relatos sobre:

La anunciación del nacimiento de Juan Bautista (1,5-25) y sobre la anunciación del nacimiento de Jesús (1,26-38); a continuación sitúa el primer suplemento acerca de la visitación de María a Isabel (1,39-45) y el cántico del Magníficat (1,46-56).

En segundo lugar tenemos el relato sobre el nacimiento, circuncisión e imposición del nombre de Juan Bautista (1,57-66,80), seguido por el segundo suplemento o cánti­co del Benedictus (1,67-79), y el relato sobre el nacimiento de Jesús (2,8-13), pastores (2,15-20), cántico de los ángeles (2,14) y circuncisión e imposición del nombre a Jesús (2,1-7,21).

Lucas pasa luego a contar la presentación de Jesús en el templo (2,22-28), el cántico de Simeón (2,29-32), profecía de Simeón y de Ana (2,33-38), la vida oculta de Juan Bautista (1,80), la vida oculta de Jesús (2,39-40; 2,51-52) y Jesús entre los doctores (2,41-50).

Lucas, pues, establece fuertes paralelismos entre Juan Bautista y Jesús:

  • Dos relatos de anunciación
  • Dos nacimientos
  • Dos relatos de circuncisión
  • Dos sobre la imposición del nombre
  • Dos vidas ocultas.

Lucas en un primer momento incluyó en su obra esta serie de paralelismos. Poste­riormente añadió a la narración original los cuatro cánticos: Magníficat, Benedictus, Gloria y Nunc dimittis, e incluso el episodio sobre la pérdida y hallazgo de Jesús en el templo6.

Lucas, por otra parte, deja clara en todo momento la superioridad de Jesús sobre Juan Bautista:

Mientras que Zacarías se resiste a creer (1,20), María creyó (1,38), Juan Bautista anuncia al que será Salvador y Mesías (1,32; 2,11), Jesús ocupará el trono de David (1,32) y será Hijo del Altísimo (1,32). Isabel alaba a María como a la «Madre de mi Señor» (Kyrios) y Juan Bautista corrobora este testimonio saltando de alegría en el se­no materno de Isabel (1,41-45). En el episodio de Jesús perdido en el templo (2,41-50), Lucas afirma deliberadamente que la sabiduría de Jesús es superior y viene de Dios (2,47-50).

Permitidme, antes de concluir esta introducción, dos breves observaciones:

En los evangelios de la infancia se vislumbra ya la orientación geográfica y teológi­ca de todo el Evangelio de Lucas: la centralidad de Jerusalén. El anuncio del nacimiento de Juan Bautista tiene lugar en Jerusalén (1,5-23), la presentación de Jesús acaece en Jerusalén (2,22-38), Jesús se encuentra entre los doctores en Jerusalén (2,41-52). Y en Jerusalén el templo será el lugar clave: la escena de Zacarías tiene lugar en el Santua­rio del Señor (1,9; 1,21), Simeón y Ana se encuentran en el templo (2, 27-37).

La misión de Juan Bautista (3,1-20)

Lucas separa cuidadosamente y distingue la época de Juan Bautista de la época de Jesús. Así en 3,1-2 nos da cuenta del momento exacto en el que Juan Bautista inició su predicación en el desierto. En 3,19-20 relata su encarcelamiento para aludir final­mente a la muerte del Precursor (9,7-9). A partir de este breve relato toda la atención se centra en Jesús.

Este afán de Lucas por diferenciar los dos momentos se debe a una intencionalidad expresa. Lucas conoce, como se nos dice en Act 18-19, que también en su comunidad habla bautistas, es decir, seguidores de Juan Bautista. Para estos afiliados a la secta bautista el título de Señor no corresponderla a Jesús sino a Juan Bautista. Lucas trata, al diferenciar a los dos personajes y a sus respectivos momentos, de corregir semejantes apreciaciones.

La predicación inicial de Jesús (3,21-9,50)

Lucas describe las actividades de Jesús dentro de los límites del territorio judío y en concreto en Galilea. En este lugar Jesús se presenta a Israel, su pueblo, a través de sucesivos episodios:

Con ocasión del bautismo (3,21-22)

Jesús es el Hijo de Dios. En respuesta a la oración de Jesús el Espíritu Santo recae sobre él: «puesto en oración se abrió el cielo y bajó sobre él el Espíritu Santo» (3,21-22).

Con ocasión de las tentaciones (4,1-13)

Jesús poco después del bautismo es llevado por el Espíritu al desierto donde fue tentado. Jesús triunfó y es así como Dios se manifestó al mundo.

Presentación programática (4,16-30)

Jesús presenta, según Lucas, su programa en el ámbito de la sinagoga de Nazaret. Se cita a Isaías (61,1-3) para colocar a Jesús al lado de los pobres y enfermos. Ante esta programación Lucas hace notar la reacción hostil de los nazarenos (4,28-30). Se trata de un adelanto del rechazo que encontrará en lo sucesivo, sobre todo en Jerusalén.

Tras una prolongada y fecunda estancia de Jesús en Galilea, pues los episodios y las intervenciones son numerosos, Lucas nos hace ver cómo Jesús es reconocido Mesías por los discípulos (9,20).

Camino de Jerusalén (9,51-19,44)

Tanto por su contenido como por su extensión, es la sección más original en com­paración con los otros sinópticos. Sección por otra parte claramente delimitada. Lucas reúne en ella diversos materiales y los configura artificialmente, como una «subida a Jerusalén». Esta subida contiene un valor geográfico y teológico: Jesús sube a la ciu­dad santa para morir, resucitar y ascender a los cielos. La vida de Jesús es un viaje de Galilea a Jerusalén y de este mundo al Padre. Ya en el inicio de la sección había dicho Lucas: «Como se iban cumpliendo los días de su asunción…» (9,51).

Al subir a Jerusalén, Jesús se acerca al lugar de los grandes acontecimientos salvífi­cos (pascuales). Lucas desde los comienzos de la sección introduce a los lectores en un clima ascensional.

En su caminar hacia la muerte-resurrección, Jesús va acompañado por sus discípu­los a quienes instruye. El discípulo ha de aceptar, de la misma manera que su Maestro, el camino que conduce a la gloria, pasando por la cruz y la renuncia.

En suma, para Lucas, Jerusalén no es sólo una designación geográfica, sino tam­bién el centro de la historia de la salvación, desde donde Jesús ascenderá a los cielos.

En Jerusalén (19,45-24,53)

En Jerusalén culmina la orientación del Evangelio. Es aquí donde tienen lugar la pasión, muerte, resurrección y apariciones del Señor. Desde esta ciudad, por otra par­te, se extenderá el anuncio del Evangelio a todos los pueblos. Unos cuantos hechos de especial relevancia ocurren en Jerusalén y más en particular en el templo:

La predicación de Jesús en el templo (19,21-21,38)

De manera distinta a como presentan estos mismos episodios los otros dos sinópti­cos, Lucas nos dice que Jesús ni siquiera por la noche se ausenta del templo. Las alu­siones al templo son frecuentes en esta sección (19,45; 20,1; 21,37).

Pasión de Jesús (22-23)

Toda la escena se desarrolla en Jerusalén. Lucas destaca en estos relatos ciertas cua­lidades de Jesús: la bondad, «Padre perdónales porque no saben lo que hacen» (33,34); Jesús, que consuela a las mujeres (23,28), es el prototipo del justo que muere mártir. En Hechos, los procesos de Esteban y Pablo son paralelos del propio de Jesús. Por supuesto, la inocencia de Jesús queda siempre a salvo (23,1-25). La insistente declara­ción de la inocencia responde a una intención apologética. Los romanos, en cuyos do­minios murió Jesús, deben permanecer tranquilos: Jesús murió en cruz pero era ino­cente de cuanto le imputaban.

La resurrección de Jesús (24)

La resurrección, las apariciones, la ascensión (24,50-53) y la venida del Espíritu Santo tienen lugar en Jerusalén (24,49).

Con la ascensión termina el tiempo de Jesús. Comienza el tiempo de la iglesia. ti Evangelio se extenderá por todos los pueblos (24,47). Lucas contará lo ocurrido a par­tir de aquí en su segunda obra: Los hechos de los apóstoles. En Act 1,8 presenta a los lectores el programa completo de actos. La Iglesia, partiendo de Jerusalén y a través de Judea y Samaria, llevará el Evangelio hasta Roma, centro de los pueblos.

Resumiendo, y a modo de conclusión, digamos que Lucas en el Evangelio y Hechos aparece como un gran teólogo de la Historia de la Salvación. En su proyecto teológico pone de relieve la existencia de tres tiempos que integran esta historia:

El tiempo del Antiguo Testamento o de la promesa

Comprende todo el Antiguo Testamento y se extiende hasta Juan Bautista inclusi­ve: «La ley y los profetas llegan hasta Juan; desde ahí comienza a anunciarse la buena nueva del reino de Dios (Lc. 16,16).

El tiempo de Jesús o del cumplimiento de la promesa

Jesús es el centro del tiempo. El tiempo de Jesús termina con la ascensión. A partir de la ascensión comienza el tiempo de la gloria.

El tiempo de la Iglesia

Se extiende desde la ascensión, narrada por partida doble al final del Evangelio (24,50-53) y al inicio de Hechos (1,6-11), hasta la Parusía.

Igualmente Lucas destaca la fuerte influencia del Espíritu Santo durante las tres etapas del tiempo, pero en particular sobre Jesús y la Iglesia.

Conviene recordar de la misma manera el puesto clave de los doce en la concepción teológica de Lucas. Los doce son testigos privilegiados desde el principio y garantizan el paso de Jesús a la Iglesia.

Los cánticos lucanos en general

Son cuatro en el Evangelio de Lucas: El Magníficat (1,46-55), el Benedictus (1,67-69), el Gloria (2,13-14) y el Nunc dimittis (2,28-32).

Composición de los cánticos

Se han barajado tres teorías diferentes para explicar su composición7:

  • Fueron compuestos por las personas a quienes se atribuye en el Evangelio el relato respectivo: el Magníficat por María, el Benedictus por Zacarías y el Nunc dimittis por Simeón. Esta teoría predominó en tiempos anteriores a la critica bíblica.
  • Fueron compuestos por Lucas al mismo tiempo que el conjunto del Evangelio. Ahora bien, dado que los cánticos difícilmente encajan en su actual contexto, esta hipótesis tampoco cuenta hoy con seguidores.
  • Originalmente, según otra teoría, fueron prelucanos. Lucas los asumió e incrus­tó en su propio relato acerca de la infancia de Cristo.

«La solución más conveniente es que los cánticos se compusieron en un círculo no lucano y que originariamente alababan la acción salvífica de Dios sin una referencia concreta a los acontecimientos que Lucas narraba en los relatos de la infancia. Sin em­bargo, cuando Lucas se fijo en los cánticos, vio que podían ser incluidos en el relato de la infancia con una adaptación relativamente pequeña»8.

Si Lucas, como suponemos, recibió los cánticos de una fuente prelucana, ¿quién es el autor de los mismos?

Aunque la composición de himnos entre el año 200 a.C. y 100 p.C. fue frecuente en el judaísmo, nos inclinamos a pensar que los tres cánticos evangélicos (prescindimos ahora del Gloria: 2,13.14) fueron compuestos por judeocristianos. Más en particular, corresponde la autoría de los mismos a ciertos círculos judeocristianos formados por los anawin o pobres. La palabra «pobre» connotaba en este momento intermedio entre el Antiguo y el Nuevo Testamento la pobreza material, pero también la pobreza espi­ritual. Son pobres «quienes no pueden confiar en sus propias fuerzas, sino sólo en Dios»9. La actitud opuesta sería la propia de los «autosuficientes que no sentían ne­cesidad de Dios ni de su ayuda»10.

En fin, en estos cánticos, según la teoría más verosímil, resuena la voz colectiva de los pobres (anawin), es decir, de quienes perteneciendo al resto de Israel habían abra­zado el cristianismo. Los pobres o anawin cristianos ocuparon un lugar en la comunidad de Jerusalén. En Act 2,43-47 y 4,32-37 les vemos compartiendo la oración, la alabanza y los bienes. En estos círculos judeocristianos de Jerusalén vieron la luz los cánticos del Evangelio de Lucas.

Los autores dedican amplios espacios al estudio de los elementos literarios y al con­tenido de los cánticos. Ciertamente, los cánticos contienen fuertes resonancias antiguo-testamentarias, son mosaicos elaborados con piezas sueltas extraídas del Antiguo Tes­tamento. En cierto sentido se parecen a los salmos judíos de la época intertestamenta­ria y contienen mayor dosis de semitismos que el resto del Evangelio de Lucas.

Se compusieron para alabar a Dios por sus hechos salvíficos en favor del pueblo escogido. Lucas, al situar estas piezas en el contexto del relato de infancia, pretende manifestar la alegría por el nacimiento de Jesús y de Juan Bautista; en particular la alegría de los judíos convertidos de entre los «pobres» de Israel que reconocieron en Jesús al Mesías. Los personajes a quienes Lucas atribuye los cánticos, María, Zacarías y Simeón, encarnan a la perfección la piedad de los judeocristianos de la época.

Inclusión de los cánticos en el Evangelio

Lucas acepta estas composiciones y las coloca estratégicamente en su relato de in­fancia. En origen, estos himnos habían sido compuestos independientemente y sin que se hubiera previsto su inclusión en lugar alguno del Evangelio. El acoplamiento al texto evangélico de una pieza prefabricada resulta a veces un poco «forzado». Y desde luego los cánticos no son imprescindibles. Omitidos del Evangelio de Lucas, éste permanece­ría en pie sin que nadie notara las omisiones.

Magnificat (1,46-55)

Una vez vistos los cánticos lucanos en general, veamos en particular lo relacionado con el Magníficat. «Este himno que brota de labios de María, respondiendo así al salu­do de Isabel, se llama tradicionalmente «Magníficat». Es éste un término latino, tra­ducción de la palabra griega «megalynei», que significa engrandecer, magnificar, pro­clamar la grandeza…»11.

Estructura

El Magníficat se aproxima en muchos aspectos al género conocido como himno de alabanza, que suele constar de tres partes:

  • Una introducción o alabanza a Dios.
  • El cuerpo del himno en el que se enumeran los motivos para la alabanza, como pueden ser las obras en favor del pueblo de Israel o de los individuos particula­res, y los atributos divinos (sabiduría, misericordia).
  • La conclusión en la que se recogen las bendiciones y peticiones finales (12).

El Magníficat contiene tres partes:

  • La introducción en la que se alaba a Dios (vv.46b-47).
  • El cuerpo del himno (vv.48-53). Los motivos de la alabanza se reducen a dos: los atributos y las obras de Dios. Entre los atributos se mencionan el poder salvífico de Dios (v.49), la santidad (v.49), la misericordia (v.50). Entre las obras se encuentran la elección de María (v. 48), la paradójica exaltación de los humildes y la negación de los soberbios (vv.5I-53).
  • La conclusión (vv.54.55). En los vv.54-55 se pregona que todo ha sucedido bajo el signo del cumpli­miento de las promesas hechas por Dios a los padres.

Naturaleza del Magníficat

El Magníficat es una antología, casi un mosaico de textos tomados del Antiguo Tes­tamento. El autor al componerlo se inspiró en numerosos pasajes del Antiguo Testa­mento y de la literatura intertestamentaria. De tal manera eso es así que el trasfondo de todo el cántico encuentra paralelos y equivalentes en textos conocidos. Un cuadro sinóptico evidenciaría cuanto decimos. En este sentido el Magníficat es un himno poco original. El antecedente ideal se encuentra en pasajes antiguotestamentarios en los que se parangonan el regocijo (cántico de Ana: 1 Sam 2,1-10), la humildad (I Sam 1,11), la felicitación (Gn 30,13), el poder de Dios (Dt 10,21), la santidad de Dios (Sal 111,9), su misericordia (Sal 103,17), la fuerza de Dios contra los arrogantes y la exaltación de los humildes y hambrientos (1 Sam 2,7-8), el auxilio en favor de Israel (Is 41,8-9) y de su descendencia (Miq 7,20; 2 Sam 22,51).

Originariamente este himno se refería a la salvación realizada por Jesucristo y co­mo tal considerada por los judeocristianos. Lucas, que considera a María como el pri­mer discípulo cristiano, pone el himno en sus labios y de esa manera la constituye en portavoz de otros cristianos, los pobres.

En consecuencia, el Magníficat es un exponente de la alabanza, la acción de gracias y el reconocimiento de la salvación en favor de su pueblo, obrada por Yahvé y ahora por, Jesucristo, el Mesías. «María tuvo, con toda seguridad, estos sentimientos, pero no los expresó literariamente con el himno que Lucas pone en su boca. La forma litera­ria pertenece al evangelista y a las fuentes hebreas que utilizó»12.

La salvación y liberación han recaído ante todo en María, en los pobres, sencillos y humildes. María se encuentra de manera eminente entre éstos. Más aún, María perso­nifica a Israel.

El Magníficat podría leerse en un contexto antiguotestamentario. Se trata de un cán­tico un tanto impersonal si lo aislamos del contexto en el que se encuentra. Ahora bien, en el lugar que ocupa actualmente, entre dos anunciaciones y el nacimiento de Juan Bautista y Jesús, no puede menos que referirse al Mesías ya presente.

El Magníficat proclamado por las Hijas de la Caridad. Análisis comparativo de unos textos

En el apartado siguiente voy a intentar mostrar que lo proclamado en el Magníficat resulta familiar y cercano espiritualmente a una Hija de la Caridad, dado su fin propio previsto por los Fundadores y formulado de nuevo en las Constituciones y documento de la última Asamblea General:

Versículos 46b-47

«Proclama mi alma la grandeza del Señor. Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador».

El Magníficat es un cántico de alabanza individual, pues lo proclama una persona «mi alma», «mi espíritu», pero es colectivo en cuanto que en él se engrandece a Dios por lo que hace en favor de todos los hombres.

Dos elementos se distinguen en el conjunto del himno: la palabras laudatorias de María (vv.46b-47) y los motivos para la alabanza del orante, que no se encuentran sino en la actuación de Dios en favor de María y de los hombres, cumpliendo así las esperanzas mesiánicas de Israel (1,48.55).

Es María quien, desde dentro de su propio pueblo, proclama y engrandece al Se­ñor. María, saliendo oracionalmente de sí misma, hace de portavoz al comienzo del Magníficat de cuantos reconocen la grandeza de Dios, la proclaman y se alegran. Por cierto, la oración de María se dirige al Dios trascendente, al Santo y Señor, pero tam­bién al Dios cercano, al Salvador, «a mi Salvador»:

Permítasenos extender un puente entre estas expresiones que comentamos y las actitudes oracionales de las Hijas de la Caridad, previstas en el texto funda­mental. En la página 46 de las Constituciones se cita un pasaje de Gobillón, bió­grafo de Santa Luisa, en el que se incluye la oración entre los valores gratuitos o del orden de la gracia. La oración es ante todo para alabar, adorar y contem­plar. El texto dice así: «Cuando la caridad se adueña de nuestro corazón, nos hace desear y buscar la gloria de Dios, regocijarnos de sus grandezas y de lo que es en sí mismo, amar y alabar sus perfecciones infinitas, rendirle nuestro acata­miento y adoración, dedicar nuestra mente a la contemplación de sus verdades, conversar y comunicarnos con EL..»13.

De la misma manera, en las Constituciones se valora la oración de las Hijas de la Caridad en cuanto momento y ejercicio privilegiado para presentar el mun­do al Padre. Se trata de una oración que, partiendo del mundo de los pobres, se torna alabanza y contemplación desinteresada. «Uno de los momentos claves de su jornada es, por lo tanto, la oración: contemplación desinteresada, escucha del Señor, búsqueda de su voluntad, presentación de la vida y de las necesidades del mundo»14.

Bastan estas dos citas para constatar la proximidad entre las expresiones oraciona­les de María en los versículos 461:1-47 del Magníficat y lo previsto para las Hijas de la Caridad en su propia normativa congregacional. La Hija de la Caridad engrandece al Señor, como María, desde el contexto de los pobres y en respuesta a lo que Dios hace por ellos. En los siguientes versículos se dirá con detalle cuáles son las actuaciones de Dios.

Versículo 48

«Porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas la generaciones me llamarán bienaventurada.»

Este versículo es obra de Lucas. Lo añadió al himno original a fin de acercar la globalidad del himno a la propia experiencia religiosa de María. Dios se ha fijado en la pequeñez de María. Al vincular este cántico a la madre de Jesús, María queda consti­tuida en símbolo de los «pobres», privilegiados por Dios.

El concepto de «pobre de Yahvé» no fue siempre unívoco. «La pobreza, identifica­da en un principio con la precaria disposición de bienes materiales, se espiritualizó con el correr del tiempo…» «La pobreza llegó a ser un signo, exponente de la actitud humilde del hombre ante Dios»15.

Conocemos la versión que da San Vicente sobre la virtud de la humildad. Se trata de una de las tres virtudes propias de las Hijas de la Caridad. La humil­dad lleva consigo una actitud global de apertura y confianza ante Dios, tanto de la persona como de la Comunidad en cuanto tal. Supone igualmente un clima de comportamientos llanos de unas Hermanas paran otras. Las Constitucio­nes aluden a ello: «Dios quiere que las Hijas de la Caridad se dediquen particu­larmente a la práctica de la humildad, la sencillez y la caridad» (S.V.P. Sig.IX,I, p. 537). «Con sencillez y humildad las Hermanas tratan de adelantar juntas en ese caminar hacia el Señor» (Const. 2,17). En otro lugar de las Constituciones leemos: «La humildad les hace tomar conciencia de su propia indigencia an­te el Señor; les acerca al pobre y las mantiene, ante él, en actitud de siervas» (Const. 2,3).

Las Hijas de la Caridad, al recitar hoy el versículo 48 del Magníficat, se reco­nocen a sí mismas en él. El genio de San Lucas, al aplicar estos conceptos a María, se compagina con el acierto de Vicente de Paúl al recrear para las Hijas de la Caridad una virtud netamente evangélica: la pequeñez ante Dios.

Versículos 4950:

«Porque ha hecho en mí maravillas el Poderoso. Santo es su nombre.»
«Y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen.»

Estos dos versículos recogen expresiones clásicas en la Historia de la Salvación de Israel por Yahvé (Dt 10,21; Sal 111,9; Sal 103,7). María es prototipo de lo hecho por Dios con su pueblo. A María afecta directamente el más significativo de los gestos sal- – vadores de Dios: la encarnación del Mesías en su seno.

Lucas pone en boca de María los grandes atributos de Dios: el poderoso, el santo, el misericordioso. Dios es todopoderoso porque ha llevado a cabo lo prometido duran­te generaciones: las promesas mesiánicas. Es el Santo, el Trascendente, pero a la vez Dios cercano a su pueblo. Es misericordioso con todos los que le reverencian.

En definitiva, María canta en estos versículos la gratuidad de la salvación, cuya má­xima manifestación ha tenido lugar ahora: «ha llegado la salvación gratuita, para to­dos sin excepción, por la fe en el Señor Jesús, el Mesías» (Rom 3,21-25).

En mi opinión no nos extralimitamos al establecer ciertos paralelismos entre lo expresado por María en los versículos 49-50 y las actitudes globales propias de la espiritualidad de las Hijas de la Caridad. Las frecuentes alusiones en las Constituciones al bautismo, al don de la fe y a la vocación específica responden a un afán de reconocimiento por los dones recibidos de Dios. «Las Hijas de la Caridad, fieles a su bautismo y en respuesta al llamamiento divino…» (Const. 1,4). «Las Hijas de la Caridad son Hijas de Dios por el bautismo» (Const. 2,2).

Hablando de la fe se dice: «El servicio de las Hijas de la Caridad es, al mis­mo tiempo, mirada de fe y puesta en práctica del amor, del que Cristo es fuente» (Const. 2,1).

En definitiva, las Hijas de la Caridad se reconocen a sí mismas en estos dos versículos del Magníficat. María proclama la gratuidad de la actuación de Dios. Una Hija de la Caridad proclama de la misma manera la gratuidad inesperada del don de Dios quien, le ha dado la fe y la ha llamado a una vocación peculiar.

Versículos 5153

«El hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón.»
«Derri­ba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes.»
«A los hambrientos los colina de bienes y a los ricos los despide vacíos.»

Los tres versículos se refieren a la intervención poderosa de Dios, a ;rayes sobre todo de la creación, elección de Israel y posterior consecución de la tierra prometida. Versículo Si: Yahvé liberó «con su brazo» a quienes no contaban con fuerzas suficientes para liberarse de la opresión (Éxodo). En este texto se anuncia entre líneas la salvación de los pobres y humildes inaugurada en la Anunciación.

La soberbia equivale a la autosuficiencia. El soberbio es un competidor frente a Dios. Para ello construye ciudades elevadas (Gn 11 1-9) En estos casos la respuesta de Dios consiste en la dispersión y la devaluación de las engañosas pretensiones humanas.

En suma, el orgullo cierra las puertas del Reino, mientras que la humildad abre las puertas de la justificación. María es para Lucas el reverso de los soberbios de corazón.

La Hija de la Caridad sintoniza sin dificultad con este versículo porque su tradición comunitaria ha visto en María el prototipo del pobre ante el Señor. En las Constituciones 1,12 se dice de María que fue «la Sierva fiel y humilde de los designios del Padre, modelo de los corazones pobres».

Versículo 52: En la mentalidad bíblica Yahvé ostenta el poder en plenitud, mientras que los hombres deberán ejercerlo dentro de los límites de su condición de criaturas, evitando toda actitud altanera ante Dios.

María representa la fuerza de los pequeños, es decir, de los humanos, con los que conecta fácilmente la divinidad y en los que actúa el amor realizante de Dios. Dios no encuentra fácil acomodo en los poderosos A los humildes, por el contrario, los enaltece.

Versículo 53: María se encuentra entre los hambrientos y los pequeños. Dios sin embargo la ha elegido. María ha sido favorecida a tenor de las antiguas y frecuentes maneras de obrar de Dios y a la vez en consonancia con la práctica habitual de Jesús: los destinatarios de su mensaje serán los pobres y sencillos (1 Cor 1, 26-29). Y si Dios privilegia a los pobres es por una razón: por la manera de ser de Dios, compasivo y misericordioso. Esta será la característica del obrar y del hablar de Jesús. María así nos lo anuncia proféticamente en el Magníficat.

Las Hijas de la Caridad se encuentran muy dentro de este proyecto paradógi­co de Dios. Son de alguna manera, dado su carisma propio, colaboradoras del plan de Dios, como María, para colmar de bienes a los hambrientos. Las Consti­tuciones y la última Asamblea insisten en la entrega a los más pobres. «¡Ay! qué dicha si la Compañía, sin ofensa de Dios, no tuviera que ocuparse más que de los pobres desprovistos de todo» (Const. 1,8; tomado de Santa Luisa, edic. 1983, p. 821).

A una comunidad de Hijas de la Caridad que recita el Magníficat le resulta familiar y cercano este versículo 53: «Reafirmamos la prioridad de los más po­bres» (Asamblea General 1985). ¿No es esto paradójico?

Según Lucas, el tema de la defensa de los pobres y humildes por parte de Dios atra­viesa los tres grandes períodos de la historia: Israel, Jesús y la Iglesia. Lucas atribuye a María, en este orden de cosas, un papel representativo: parte del relato de la infancia penetra la vida pública de Jesús y pasa a la Iglesia»16.

Versículos 5455

«Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la Misericordia.» «Como lo ha­bía prometido a nuestros Padres, en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.»

En este pasaje se enumeran las intervenciones de Dios a favor de Israel, empezando por Abrahán. Con la llamada a Abrahán se inauguraron unos hechos que se han visto culminados con la venida del Mesías.

Lucas pone en boca de María estas palabras del Magníficat para anunciar la plena fidelidad de Dios a Abrahán, a Israel y ahora a cuantos creen en Jesucristo. «Así termi­na este hermoso cántico que es el Magníficat, síntesis de los sentimientos y vivencias de la que ha sido proclamada Madre de la Iglesia»17.

Lectura y proclamación actual del Magníficat

Los documentos de los Papas, las consideraciones de los exégetas y de los teólogos, las publicaciones y los medios de comunicación religiosa y, sobre todo, el pueblo orante, consideran hoy al Magníficat como un texto oracional de liberación integral del hom­bre. De una liberación propugnada por el mismo Dios a través de sus planes paradójicos: «lo necio del mundo lo escogió Dios, fue Dios quien escogió a los que son pobres» (1 Cor 1,26-29). La manera de ser Dios, benevolente, le ha llevado siempre a privilegiar a los sencillos y a salvarlos porque los ama y se compadece de ellos. Esta actuaciones liberadoras recorren ambos Testamentos. Recordemos a título de ejemplo las palabras de Jesús: «tengo compasión de esta gente» porque tienen hambre y se encuentran «co­mo oveja sin pastor» (Mc 6,34; 8,2).

La Teología de la Liberación, formulada sobre todo en Latinoamérica, encontró apoyos bíblicos ante todo en tres lugares: en el libro del Éxodo, en los Evangelios Si­nópticos y en particular en el Magníficat. Las interpretaciones del himno mariológico en línea liberadora se han multiplicado en estos últimos años. Incluso el magisterio de la Iglesia ha hecho una lectura similar del himno. Veamos algunos ejemplos.

En la «Marialis Cultus», el Papa Pablo VI, bajo el epígrafe: «La Virgen testigo ac­tivo del amor a Cristo»,dice lo siguiente:

«María de Nazaret aún habiéndose abandonado a la voluntad del Señor, fue algo del todo distinto de una mujer pasivamente remisa o de religiosidad alie­nante; antes bien fue mujer que no dudó en proclamar que Dios es vindicador de los humildes y de los oprimidos y derriba de sus nonos a los poderosos del mundo (Le 1,51-53); reconocerá en María, que sobresale entre los humildes y los pobres del Señor, una mujer fuerte que conoció la pobreza y el sufrimiento, la huida y el exilio: situaciones todas éstas que no pueden escapar a la atención de quien quiere secundar con espíritu evangélico las energías liberadoras del hom­bre y de la sociedad» … «la figura de la Virgen no defrauda esperanza alguna profunda de los hombres de nuestro tiempo y les ofrece el modelo perfecto del discípulo del Señor: artífice de la ciudad terrena y temporal, pero peregrino dili­gente hacia la celeste y eterna; promotor de la justicia que libera al oprimido y de la caridad que socorre al necesitado»18.

La exhortación apostólica discurre, pues, en la línea que considera al Magníficat como un cántico de liberación.

Parecidas expresiones encontramos en la encíclica «Redemptoris Mater»:

«La Iglesia, acudiendo al corazón de María, a la profundidad de su fe, ex­presada en las palabras del Magníficat, renueva cada vez mejor en sí la concien­cia de que no se puede separar la verdad sobre Dios que salva, sobre Dios que es fuente de todo don, de la manifestación de su amor preferencial por los po­bres y los humildes, que, cantado en el Magníficat, se encuentra luego expresado en las palabras y obras de Jesús.

La Iglesia, por tanto, es consciente —y en nuestra época tal consciencia se refuerza de manera particular— de que no sólo no se pueden separar estos dos elementos del mensaje contenido en el Magníficat, sino que también se debe sal­vaguardar cuidadosamente la importancia que los «pobres» y la «opción en fa­vor de los pobres» tienen en la palabra del Dios vivo. Se trata de tema y proble­mas orgánicamente relacionados con el sentido cristiano de la libertad y de la liberación. Dependiendo totalmente de Dios y plenamente orientada hacia El por el empuje de su fe, María, al lado de su Hijo, es la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos. La Iglesia debe mirar hacia ella, Madre y Modelo, para comprender en su integridad el sentido de su misión»19.

El conocido teólogo franciscano Leonardo Boff dedica párrafos enteros a la des­cripción de la dimensión liberadora del Magníficat. Según este autor, los cristianos he­mos recitado con frecuencia el Magníficat rebajado de tono, de ahí la necesidad de apli­carle ciertos correctivos a nuestra interpretación del mismo:

«La espiritualización del Magníficat que se llevó a cabo dentro del marco de una espiritualidad privatizante e intimista, acabó eliminando todo su contenido liberador y subversivo contra el orden de este mundo decadente, en contra de lo que afirma de manera inequívoca el himno de la Virgen»20.

Se pregunta Boff:

«¿No debería la comunidad fiel suplicar, en medio de las opresiones de nues­tro pueblo, lo mismo que suplicaba la Virgen María?: Señor, manifiesta el poder de tu brazo, aplasta a los soberbios de corazón, derriba a los poderosos de sus tronos, eleva a los humildes, llena de bienes a los hambrientos y despacha a los ricos con las manos vacías»21.

El monje de la comunidad de Taizé, Max «‘ludan, escribe en su comentario al Mag­níficat:

«La justicia política y social, la igualdad de derechos y la comunidad de bie­nes son los signos de la misericordia del Rey-Mesías cantada por su madre y sier­va. De este modo el evangelio de la salvación eterna es también el evangelio de la liberación humana»22.

El obispo brasileño Helder Cámara llega a escribir una plegaria a la Virgen de la Liberación. En uno de los párrafos se expresa en los términos siguientes:

«Pensaste en todos.
Pero tomaste una clara opción en favor de los pobres,
como haría más tarde tu Hijo.
¿Qué hay en ti, en tus palabras, en tu voz,
cuando anuncias en el Magníficat
la humillación de los poderosos
y la elevación de los humildes,
la saciedad de los que tienen hambre
y el desmayo de los ricos,
que nadie se atreve a llamarte revolucionaria
ni mirarte con sospecha…?
¡Préstanos tu voz y canta con nosotros!
¡Pide a tu Hijo que en todos nosotros
se realicen plenamente los planes del Padre!»

En consecuencia, el magisterio, los teólogos y los pastores, encuentran hoy en el Magníficat un mensaje liberador. Pero en mi opinión lo que de verdad cuenta es la di­vulgación de las interpretaciones de los especialistas. En las revistas y en general en to­da la propaganda religiosa escrita, el Magníficat viene presentado en esta perspectiva. Me limito a recordar un solo caso Con ocasión del Domund-87, bajo el lema ya por sí mismo significativo «Liberación con María», el semanario Ecclesia, en su página edi­torial, presenta a María en estos términos: «Nos brinda la oportunidad de fijarnos en ella no como la gran silenciosa, sino como la gran anunciadora de la predilección de Dios por los humildes. Su canto del Magníficat, tan revolucionario y liberador, no des­cribe ningún milagro lírico de primavera; pregona sin retórica la novedosa actitud de un Dios que baja los humos a los poderosos y tira por tierra los proyectos de los engreídos, pero encumbra a los humildes»23.

Llegados a este punto nos preguntamos: ¿Es coherente una Hija de la Caridad al proclamar el Magníficat en clave liberadora? La respuesta no puede ser sino afirmati­va. Varias razones la avalan. El Magníficat es en sí mismo un cántico a la liberación realizada por Dios. Por otra parte, la hermenéutica de un texto bíblico, del himno en este caso, depende en buena medida de las preguntas que el hombre de cada época diri­ja al texto. Pues bien, hoy millones de hombres consideran la liberación de los pobres como un alto valor cristiano. Pero por encima de estas razones se encuentra de por medio una motivación vicenciana. San Vicente inculcó a las primeras Hermanas el va­lor del servicio corporal y espiritual ofrecido a los pobres, es decir, lo que hoy llama­mos la liberación integral. En la conferencia del 19 de julio de 1640 preguntaba a las Hermanas sobre la manera de honrar a nuestro Señor. Su respuesta es clara:

«Vuestra Regla lo indica, haciéndoos conocer el plan de Dios en vuestra fun­dación: Para servir a los pobres enfermos corporalmente, administrándoles to­do lo que les es necesario; y espiritualmente, procurando que vivan y mueran en buen estado»24.

¿Cuán cerca se encuentra esta versión vicenciana del Magníficat! A quien se haya familiarizado con estos principios vicencianos, le resultará fácil asumir la letra y el es­píritu del Magníficat. El reino de Dios ha llegado. Un reino que incide ya, aunque so­brepasándolo, en este mundo.

El Magníficat, recitado e interiorizado oracionalmente por una comunidad de Hi­jas de la Caridad al término de una jornada de servicio a los pobres, es la mejor manera de proclamar la llegada del reino, luego de haberlo hecho presente entre los humildes.

El Magníficat es desde tiempos inmemoriales uno de los textos oracionales privile­giados por el uso que de él han hecho los fieles. Tengamos en cuenta que se trata:

  • De un pasaje bíblico en el que se recogen las expresiones oracionales recitadas por los primeros cristianos, y entre ellos por la Madre de Jesús.
  • De una oración avalada por el uso de la Iglesia durante siglos. El Magníficat ocupa un lugar privilegiado en la disposición litúrgica del rezo de vísperas.
  • De una sencilla oración en la que los cristianos encuentran el medio fácil y la palabra certera para dirigirse oracionalmente a Dios. Las Hijas de la Caridad han expresado siempre su devoción a la Virgen con el rezo del Magníficat.

Para las Hijas de la Caridad se trata de un himno, tantas veces cantado (una Her­mana me dijo hace unos días que en su casa lo cantaban en nueve versiones distintas), al que se han acercado con peculiar simpatía, pues no en vano lo dicho por María en el Magníficat se hermana perfectamente con lo mejor de la espiritualidad vicenciana.

  1. Comisión Episcopal del Clero: Predicación del Evangelio de San Lucas. Formación Permanente. Edil. Edite Madrid. 1983, p. 7
  2. Brown, E. R.: El nacimiento del Mesías. Comentados e los relatos de la Infando. Edit. Cristiandad. Madrid, 1988, p. 239.
  3. Brown, R. E.: 0.c., pp. 244-245
  4. Conzelmann, H.: El centro del tiempo. La teología de Lucas. Actualidad Biblia 34. Madrid, 1974. pp.
  5. Brown, R. E.: 0.c., pp. 246-248.
  6. Brown, R. E.: 0.c., pp. 258-259.
  7. Brown, R. E.: 0.c., pp. 360-361.
  8. Brown, R. E.: 0.c., p. 363.
  9. Brown, R. E.: 0.c.. p. 314.
  10. Brown, R. E.: 0.c., p. 365.
  11. Freira. C. E.: Devolver el Evangelio o los pobres. Salamanca. 1987. p. 184. (12) Brown, R. E.: 0.c., p. 370.
  12. Freira, C. E.: 0.c., p. 186.
  13. Gobillon: «Vie de Mademoiselle Le Gras», 1626, p. 324, en Constituciones de las Hijas de lo Caridad, Edi. Esp.. p. 46.
  14. Const. Hijas de la Caridad 2.14.
  15. Sáenz de Santa María. M.: «La humildad de la esclava», en Biblia y Fe IX (1983), 251-27.
  16. Brown, a. E.: 0.c.
  17. Gallego, E.: «Dios acogió a Israel. La fidelidad del amor», en Biblia y Fe IX (1983) 86/310.
  18. «Marialis Cultus». n. 37.
  19. «Redemptoris Mater», n. 37.
  20. Boff, L.: El rostro materno de Dios. Edit. Pata. Madrid, 1979, p. 234.
  21. Boff, L.: 0.c.. p. 236.
  22. Thurian, M.: María, Madre del Señor, figura de la Iglesia. Edit. Hechos y Dichos. Zaragoza, 1966. pp. 138-139.
  23. Ecclesia, n. 2341, 17 octubre 1987. p. 5.
  24. San Vicente de Paúl: Conferencias espirituales o las Hijas de la Caridad. Edit. Cene. Salamanca, 1983, p. 37.

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