Su última enfermedad y su muerte. —Dolor que causa su pérdida.— Testimonios de veneración y agradecimiento.
Ocupado se hallaba en estas santas tareas cuando la muerte vino, por decirlo así, a arrebatárnosle con las armas en la mano. Era el día sexto de los ejercicios espirituales que dirigía a una Comunidad de Religiosas, cuando, sintiéndose mal, le fue preciso guardar cama a causa de los ataques de fatiga que continuamente le daban, acometiéndole el primero de éstos el jueves 30 de Octubre. Permaneció en cama los tres días siguientes, y el día de Todos los Santos, por no poder celebrar, se le administró la Sagrada Comunión. A las siete de dicho día le volvió a repetir otro ataque que le duró cerca de una hora y en el que permaneció casi sin sentido. Repuesto algún tanto, pudo levantarse, y por indicación del Sr. Médico se trasladó a la enfermería, donde permaneció hasta el día de su fallecimiento; prescribiéndole el facultativo reposo completo y abstinencia (le todo alimento sólido, tomando solamente algún caldo y vasos de leche. Este tenor de vida siguió durante el mes de Noviembre, en que tan sólo un día pudo celebrar el Santo Sacrificio de la Misa, por hallarse un poco mejorado y por el grande deseo que él tenía, pero que no le fue posible continuar y tuvo que conformarse con oirla todos los días en el altar de la enfermería y recibir, con gran alegría y contento suyo, la Sagrada Eucaristía.
Llegó, finalmente, el día 23 de dicho mes, en el cual los ataques se repitieron con gran vehemencia; y suspirando por recibir los Santos Sacramentos, le fue administrado el Viático, precedido de una confesión general que hizo días antes con nuestro muy digno Visitador Sr. Arnáiz, y a las dos de la mañana la Santa Unción, con recomendación del alma y varias preces que tenía costumbre de rezar machos años había cotidianamente, y que varias veces le acompañé a recitarlas por no poder él solo. No obstante todos estos preparativos para el gran viaje de la eternidad, a eso de media mañana sintióse bastante mejor y pudo levantarse, por hallarse menos fatigado que en la cama: así continuó los días 24 y 25; mas la noche de este último día fue fatal; continuos sobresaltos y fatigas se apoderaron de aquel pobre corazón que a cada momento veíase desfallecer. Poco después de las cuatro de la mañana se preparó para la Sagrada Comunión, oyó la Santa Misa y en el ella comulgó, dando gracias al Señor por el beneficio que acababa de concederle, si bien con continuo sobresalto e intranquilidad, seguido poco después de unos ataques terribles en que parecía ahogarse, pero que pronto cesaron, quedándose muy tranquilo y repitiendo continuas jaculatorias, pidiendo entre tanto al Señor se cumpliese en todo su santísima voluntad. Esta no se hizo esperar, y a las ocho de la mañana del día 26 de Noviembre de 1902, víspera de la Manifestación de la Santísima Virgen de la Medalla Milagrosa, entregó su bendita alma en manos del Señor, que para ejercitarse en tantas y tan buenas obras le había criado, y que sin duda alguna habrá premiado con una muy grande y rica corona a este digno hijo de San Vicente, puesto que siempre cumplió su divino beneplácito, según testimonio de uno de sus más íntimos compañeros, que se expresa en estos términos: «Creo que no ha hecho otra cosa que lo que ha juzgado ser voluntad de los Superiores y por ende la voluntad de Dios, en todo el tiempo que ha vivido en la Compañía.»
Apenas oyóse el sonido de la campana que anunciaba su defunción, cuando Sacerdotes, Estudiantes y Hermanos Coadjutores apresuráronse a ir a la enfermería y manifestar todos su dolor y sentimiento en tan lamentable pérdida como acababa de experimentar la Provincia de España, y particularmente su Casa Central y Seminario interno. ¡Cuánta lágrimas corrieron aquel día y siguientes! Reunidos al momento los Hermanos Seminaristas en su capilla y postrados de hinojos ante el Divino acatamiento y en presencia de María Inmaculada, oraron en medio de tiernas lágrimas y suplicaron al Señor por el eterno descanso de su amado Padre y Director, continuando después un novenario de ánimas en sufragio de su alma.
Expuesto su cadáver en el lugar de costumbre, no cesaron de velarle grupos de Seminaristas que de cuatro en cuatro se sucedían cada dos horas, y todos juntos algunas otras veces fueron a postrarse ante el cadáver de su querido Director. También nuestros amados hermanos Estudiantes le tributaron homenaje de agradecimiento velándole durante la noche, y los demás que no pudieron hacerlo, con responsos y oraciones, como lo verificaron los que se encontraban en Hortaleza al llegar aquí el día siguiente. A las dos de la tarde del día 27 fue conducido en compañía de representaciones de todas las diferentes clases de la Comunidad al cementerio de San Isidro y sepultado en la cripta de nuestra propiedad, núm. 48. Allí descansa su cuerpo, mientras que su alma estará gozando del premio y corona debidos a sus virtudes y buenas obras.
De muchas partes nos han dirigido sentidos pésames y grandes muestras de dolor por la pérdida de tan buen Misionero, ya personas pertenecientes a la Congregación, ya fuera de ella, y especialmente las Hijas de la Caridad, entre quienes tanto bien había hecho. Todas estas dignas 1 lijas de San Vicente lo han sentido en extremo y ruegan a Dios por su eterno descanso. Un joven a quien él despidió por enfermo, se expresa en estos términos: «La pena que me causó la muerte de nuestro bondadoso Sr. Arana (q. e. p. d.), al que nunca olvidaré, no me dejaba empezar una carta sin que lágrimas abundantes saliesen de mis ojos. Porque quién no llora al recordar las virtudes que poseía el Sr. Arana, los saludables consejos, amorosas exhortaciones y útiles avisos que por espacio de un año de él he recibido? Sí, rogaré por él mientras viva, para que si algo necesita, como me dice usted en su apreciable carta, vaya cuanto antes a recibir el premio debido a sus continuos sacrificios.
Animémonos todos a seguir las huellas por donde este buen Misionero y digno Hijo de San Vicente ha caminado, pues tenemos los mismos y tal vez muchos y más eficaces medios para santificarnos, sin habernos visto hasta el presente en las terribles pruebas y vicisitudes tan varias y contrarias por las que él atravesó; y si ya, como esperamos, está gozando de la eterna felicidad, confiemos que, habiendo sido aquí tan encendida su caridad y habiendo adquirido su perfección en el Cielo, nos tendrá presentes e intercederá por nosotros al Señor, por nuestra Provincia, y particularmente por nuestro Seminario interno, a quien seguramente él no olvidará, sino que se interesará por él y hará en su favor todo cuanto pueda.
Otra mano más expedita y diestra y otra inteligencia más preclara se hubiera necesitado para hacer el elogio de este santo varón, como muchas veces le he oído llamar a personas respetables. Yo le amaba y respetaba como a cariñoso Padre, y él me había honrado toda mi vida con su confianza, bien que sin merecerlo, y por eso me juzgo muy dichoso con poder manifestarle esta pequeña muestra de mi gratitud y reconocimiento. Todo cuanto defectuoso y digno de corrección encuentren, atribúyanlo a la impericia e incapacidad de este pobre pecador que no alcanza más. Varias veces me he excusado alegando esto mismo y no se me ha hecho caso; lo hago por obedien-cia, estoy tranquilo; y si entre tan mal combinadas palabras encuentran algo digno de aprecio, diríjanlo a honrar la memoria de tan venerado Misionero, glorificando en él al mismo tiempo a Dios Nuestro Señor, a quien únicamente se debe la alabanza, el honor y acción de gracias, por los siglo de los siglos. Amén.
I. M. y S.
1. S. C. M.