Aportación del carisma vicenciano a la Misión de la Iglesia (3)

Francisco Javier Fernández ChentoFormación VicencianaLeave a Comment

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Autor: Corpus Juan Delgado, CM · Año publicación original: 2015 · Fuente: Vincencianismo y Vida Consagrada, (XXXIX Semana de Estudios Vicencianos), Editorial CEME, Santa Marta de Tormes, Salamanca, 2015, p. 405-450..
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3.- La participación de los laicos, y particularmente de la mujer, en la Misión de los apóstoles.

Los biógrafos de San Vicente de Paúl1 y de Santa Luisa de Marillac2 destacan su importante contribución a la promoción de los laicos, y particularmente de la mujer, al apostolado en la Iglesia. Las impresionantes realizaciones vicencianas no se comprenden sin la participación de tantos laicos, hombres y mujeres, en la Misión3.

Desde la experiencia vivida por Vicente de Paúl en Châtillon y la fundación de las Cofradías de la Caridad, la imprescindible colaboración de Luisa de Marillac y de otras mujeres en la animación de las Cofradías de los campos y su establecimiento en las parroquias de París, la consolidación de las Hijas de la Caridad y el apoyo de las Damas, jalonan el desarrollo de múltiples y creativas formas de participación de los laicos en la Misión de la Iglesia.

En un extenso escrito, que Luis Abelly4 atribuye a San Vicente de Paúl y que Nicolás Gobillon5 recoge entre los escritos de Santa Luisa, me parece condensada la aportación del carisma vicenciano a la Misión de los laicos en la Iglesia.

El texto parte de la afirmación de que entre los seguidores de Jesucristo había tanto hombres como mujeres y que los unos y las otras desempeñaban un ministerio apostólico:

Entre los que se mantuvieron firmes en seguir a nuestro Señor había tanto mujeres como hombres, que le siguieron hasta la cruz. Ellas no eran apóstoles, pero formaban un estado cuyo oficio consistía en contribuir al ministerio de los apóstoles, atender a sus necesidades y a las de los fieles necesitados»6.

Las mujeres desplegaron una importante actividad apostólica en la Iglesia durante los primeros siglos:

Hace ya alrededor de ochocientos años que las mujeres no tienen ninguna ocupación pública en la Iglesia. Antes existían las diaconisas que se preocupaban de poner en orden a las mujeres dentro de la Iglesia y de instruirlas en las ceremonias que entonces se usaban. Pero… en tiempos de Carlomagno, por una disposición secreta de la Providencia, cesó este uso y vuestro sexo quedó privado de toda ocupación7.

Ha llegado el momento de que las mujeres vuelvan a desempeñar el ministerio que les corresponde en la misión de la Iglesia:

He aquí que la misma Providencia de Dios se dirige actualmente a vosotras para suplir lo que se necesitaba a fin de atender a los pobres enfermos del Hospital. Algunas respondieron a sus designios y, poco después, otras se asociaron a las primeras. Dios las hizo como madres de los niños abandonados, las jefas del hospital, dispensadoras de limosnas en París… Estas buenas almas han respondido a todo esto con ardor y con firmeza por la gracia de Dios»8.

Es de toda evidencia que, en este siglo, la Divina Providencia ha querido servirse del sexo femenino para hacer patente que era ella sola quien quería socorrer a los pueblos afligidos y otorgarles una poderosa ayuda para su salvación… Sabido es que desde el nacimiento espiritual de este benemérito cuerpo, se ha podido apreciar, ciñéndonos sólo a la visita de los enfermos de este santo lugar, un bien muy grande para el lugar mismo y para las almas que en él han encontrado medios para su salvación; unos han muerto santamente preparados por las confesiones generales organizadas, otros, después de hecha esa confesión, han salido en estado de conversión admirable, y las mismas Señoras han entrado por el camino de la santificación que no es otro que el de una caridad perfecta, como la que han practicado, a menudo con peligro de su propia vida, habiéndose visto a señoras de muy alta alcurnia, como princesas y duquesas, sentadas horas enteras a la cabecera de los enfermos para instruirlos en las cosas necesarias para su salvación y ayudarlos a salir de los peligros en que se encontraban…9

Según el texto aportado por Luis Abelly, Vicente de Paúl sale al paso de las resistencias que pudiera encontrar la participación de la mujer en la misión de la Iglesia, fundamentadas en algunas expresiones de san Pablo; las mujeres que sirven en la misión de la Iglesia están dispensadas de toda posible prohibición:

Entrarán en la práctica de la Iglesia primitiva, que consiste en cuidar corporalmente a los pobres, y también espiritualmente como aquellas diaconisas de la antigüedad les asistían. Al hacer lo cual, tendrán una especie de dispensa de aquella prohibición que les hizo san Pablo en la primera carta a los Corintios: Las mujeres cállense en la Iglesia, pues no se les permite hablar. Y en la primera carta a Timoteo: A la mujer no le permito enseñar»10.

La participación de las mujeres en el servicio a los pobres ha de considerarse actividad apostólica, obra misionera de la Iglesia, auténtica edificación de la Iglesia (obsérvese la aplicación de términos específicamente apostólicos para describir la participación de los laicos en la Misión de la Iglesia):

Al asistir a los pobres, ustedes asisten a Dios mismo en ellos, y a Él dan el servicio que hacen por ellos. Hacen ver y sentir la bondad de Dios a través de la suya, y así harán que le den gloria. Cooperan a la salvación de esas pobres almas junto con Jesucristo. Edifican a toda la Iglesia. Ustedes se edifican mutuamente y se encaminan a una unión más íntima con Dios…11.

Pero no es este cuidado texto el único argumento para mostrar la aportación del carisma vicenciano a la participación de los laicos en la Misión de la Iglesia. Mucho más decisivo resulta contemplar las obras vicencianas y el espíritu que las anima.

La vida misma de Santa Luisa de Marillac es la mejor descripción de la misión apostólica de la mujer en la Iglesia: su sentido de Iglesia; su dedicación al servicio de los pobres, de todas las pobrezas12; la animación de las Cofradías de la Caridad13; la dedicación a la formación de las Hijas de la Caridad; el acompañamiento a otras mujeres en los ejercicios espirituales…14

La contribución del carisma vicenciano a la participación de los laicos en las actividades de los apóstoles, es seguramente ayer y hoy una significativa aportación a la Misión de la Iglesia.

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  1. L. Abelly. Vida del venerable siervo de Dios Vicente de Paúl, fundador y primer superior general de la Congregación de la Misión. Ceme, Salamanca 1994. P. Collet. La vie de Saint Vincent de Paul, instituteur de la Congrégation de la Mission et des Filles de la Charité. 2 vol. Nancy 1748. U. Maynard. Saint Vincent de Paul. Sa vie, son temps, ses oeuvres, son influence. 4 vol. Paris 1860.  P. Coste. El gran santo del gran siglo, el señor Vicente. 3 vol. Ceme, Salamanca 1990. A. Redier. Vicente de Paúl, todo un carácter. Ceme, Salamanca 1977. P. Renaudin. Saint Vincent de Paul. Marsella 1927. J. Calvet. San Vicente de Paúl. Ceme, Salamanca 1979. A. Dodin. San Vicente de Paúl y la caridad. Ceme, Salamanca, 1977. J.M. Román. San Vicente de Paúl I. Biografía. Ed. Católica, Madrid 1981. J. Corera. Vida del señor Vicente de Paúl. Ceme, Salamanca 1989. L. Mezzadri. San Vicente de Paúl, el santo de la caridad. Ceme, Salamanca 2012.
  2. N. Gobillon. Vida de la señorita Le Gras, fundadora y primera superiora de la Compañía de las Hijas de la Caridad, siervas de los pobres enfermos. Ceme, Salamanca 1991. B. Martínez. Empeñada en un paraíso para los pobres. Ceme, Salamanca 1995. L. Baunard.  Vida de la Venerable Luisa de Marillac, Fundadora de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Madrid 1904. J. Dirvin.  Santa Luisa de Marillac. Ceme, Salamanca 1980. E. Charpy. Contra viento y marea. Luisa de Marillac. Madrid 1989.
  3. Cf. A. Dodin. San Vicente de Paúl y la mujer en la vida de la Iglesia: Lecciones sobre vicencianismo. Ceme, Salamanca 1978, 161ss. Cf. J.M. Román. El año 1617 en la biografía de San Vicente de Paúl: VINCENTIANA (1984) 443-456. M. Sagastagoitia. Vicente de Paúl y la Misión. Ceme, Salamanca 2006.
  4. L. Abelly, o.c., Libro II, capítulo 10, 455-463. SVP X 947-962.
  5. N. Gobillon, o.c., Libro II, capítulo 1. E. 207-209.
  6. SVP X 957.
  7. SVP X 953.
  8. SVP X 953.
  9. E. 207-209.
  10. SVP X 902.
  11. SVP X 958.
  12. El hermano Ducourneau nos ha dejado una nota que escribió una criada de Luisa de Marillac: «Tenía gran piedad y devoción en servir a los pobres. Les llevaba dulces, golosinas, galletas. Los peinaba, les limpiaba la roña y la miseria y los amortajaba. Cuando estaba a la mesa frecuentemente hacía que comía, pero ayunaba. Por la noche, tan pronto como se dormía el señor, se levantaba y se encerraba en su gabinete para tomar cilicio y disciplina. Dejaba su compañía para subir a un monte y cuidar a un pobre que temblaba de frío por la lluvia». D. 809: E. Charpy (ed.). La Compañía de las Hijas de la Caridad en sus orígenes. Documentos. Ceme, Salamanca 2003. Citamos D. y número de documento de esta edición. Y Gobillón añade: «No le bastaba el servicio personal a los miembros doloridos de Jesucristo. Quiere que otras señoras de noble estirpe compartan ese honor y las persuade y urge con su ejemplo». N. Gobillón, o. c., 11.
  13. La visita y animación de las Cofradías de la Caridad que San Vicente confió a Santa Luisa nos muestran cómo han contribuido a promover la participación de la mujer en la Iglesia de su tiempo. Las relaciones que de estas visitas enviaba santa Luisa a san Vicente nos permiten seguir esta aportación a la Misión de la Iglesia. Pueden verse, por ejemplo: E. 44-45, 46-49, 85-87, 88-92, 112-113.
  14. Para fomentar la participación de la mujer en la vida y misión de la Iglesia, Santa Luisa actuó también como directora de Ejercicios Espirituales: «Recibía en su casa de La Chapelle a todas cuantas se presentaban, fuera para recobrar la gracia de Dios o bien para fortalecerse en la virtud… Muchas señoras, aún de las de más alta alcurnia, atraídas por el aroma de sus virtudes, dejaron París con objeto de pasar algunos días en una aldea y conversar con Dios; abandonaron las dulzuras y delicadezas de la vida para pensar en su salvación en un lugar de mortificación y penitencia; y sin miramiento para su rango o clase entraban en una casa de sirvientas de los pobres, para con ellas sujetarse a la disciplina de una superiora y aprender a desdeñar riquezas y gloria con su instrucción y ejemplo». N. Gobillón, o. c., 78-79.

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