APORTACIÓN DEL CARISMA VICENCIANO A LA MISIÓN DE LA IGLESIA (I)

Mitxel OlabuénagaFormación VicencianaLeave a Comment

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INTRODUCCIÓN

Al reflexionar sobre la aportación del carisma vicenciano a la Misión de la Iglesia, me parece necesario formular previamente algunas precisiones.

  1. Cuando hablamos de carisma vicenciano, nos referimos al don del Espíritu suscitado por Dios en su Iglesia en las personas de Vicente de Paúl y de Luisa de Marillac; don del Espíritu comparti­do por sus seguidores y seguidoras que en las diversas instituciones y asociaciones surgidas bajo su inspiración, se esfuerzan por vivir, custodiar, profundizar y desarrollar constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne.

Aunque la palabra vicenciano procede etimológicamente del nombre propio Vicente (Vincentius), la peculiaridad del carisma vicenciano no se entiende sin la original aportación de Luisa de Marillac.

Ni siquiera podemos reducir el carisma vicenciano en exclusi­va a la época de los Fundadores. El carisma es una realidad dinámica, que va recreándose en cada época, que va profundizándose y enriqueciéndose permanentemente con la vitalidad de las respuestas de cada una de las personas, comunidades y asociaciones en fideli­dad al Espíritu.

Al referirnos a la aportación del carisma vicenciano a la Misión de la Iglesia, no pretendemos dar a entender que ha sido nuestro carisma el que ha cubierto espacios o dimensiones que la Iglesia hubiera descuidado. Subrayamos sencillamente elementos que forman parte de la Misión de la Iglesia y que el carisma vicenciano ha privilegiado o vivido más intensamente.

Nuestra reflexión se inscribe en el contexto del Año de la Vida Consagrada y, concretamente, en la llamada del Papa Francisco a descubrir la particular forma de vida en que el carisma ha traducido el Evangelio y respondido a las necesidades de la Iglesia:

En sus orígenes se hace presente la acción de Dios que, en su Espíritu, llama a algunas personas a seguir de cerca a Cristo, para traducir el Evangelio en una particular forma de vida, a leer con los ojos de la fe los signos de los tiempos, a responder creativa-mente a las necesidades de la Iglesia. La experiencia de los comienzos ha ido después creciendo y desarrollándose, incorpo­rando otros miembros en nuevos contextos geográficos y cultura­les, dando vida a nuevos modos de actuar el carisma, a nuevas ini­ciativas y formas de caridad apostólica.

A partir de estas precisiones, permítanme concretar la aportación del carisma vicenciano a la Misión de la Iglesia en las diez reflexiones siguientes.

  1. LA APERTURA CANÓNICA PROPICIADA POR LAS FUNDACIONES VICENCIANAS.

Quienes estudian la historia de la Vida Consagrada no dudan en afirmar que las fundaciones vicencianas lograron abrir un camino que se ha ido ensanchando con el paso de los siglos’.

Las nuevas formas de vida en la Iglesia que son la Compañía de las Hijas de la Caridad y la Congregación de la Misión, despejan el horizonte donde se inscribirán algunos siglos más tarde muchas otras iniciativas.

Para percibir la apertura canónica propiciada por las fundacio­nes vicencianas. basta recordar la que se ha dado en llamar «Carta Magna» de las Hijas de la Caridad y compararla con las prescrip­ciones del Papa Pío V vigentes en aquel tiempo. Conocemos todos el texto de la Carta Magna:

«Considerarán que no se hallan en una religión, ya que este esta­do no conviene a los servicios de su vocación… puesto que no tie­nen

  • por monasterio más que las casas de los enfermos y aquella en que reside la superior
  • por celda un cuarto de alquiler,
  • por capilla la iglesia de la parroquia,
  • por claustro las calles de la ciudad,
  • por clausura la obediencia; sin que tengan que ir más que a las casas de los enfermos o a los lugares necesarios para su servicio.
  • por rejas el temor de Dios,
  • por velo la santa modestia,

y no hacen otra profesión para asegurar su vocación más que por esa confianza continua que tienen en la divina Providencia, y el ofrecimiento que le hacen de todo lo que son y de su servicio en la persona de los pobres…».

Santa Luisa de Marillac explica pacientemente a las primeras Hermanas en qué consiste esta nueva forma de vida:

¿Aman su género de vida? ¿lo juzgan más excelente para ustedes que todos los monasterios y religiones, puesto que Dios las ha lla­mado a él; se consideran unidas mutuamente por un secreto desig­nio de la divina Providencia para su santificación; sostiene el fuer­te al débil, alternativamente, pero con cordialidad y afabilidad? ¿Recuerdan ustedes con frecuencia la afirmación que nos hizo Nuestro Muy Honorable Padre en una conferencia, de que tenía­mos un claustro lo mismo que las religiosas, y que a las almas fie­les a Dios les era tan difícil salir de él como a aquéllas del suyo, aunque no se trate de piedra sino de la santa obediencia que ha de ser la regla de nuestros deseos y acciones? Suplico a Nuestro Señor, cuyo ejemplo ha sido el que nos ha encerrado en ese claus­tro santo, que nos conceda la gracia de no desviarnos nunca de él.

Para las jóvenes que piden ser recibidas en la Compañía de las Hijas de la Caridad, observa santa Luisa:

Es necesario hacer comprender a las jóvenes… que no se trata de una religión ni de un hospital del que no se mueve una; sino que hay que ir continuamente en busca de los pobres enfermos a dife­rentes lugares y haga el tiempo que haga, a horas fijas. Que se vis­ten y alimentan muy pobremente, sin cubrir nunca la cabeza como no sea con una toca de tela cuando es muy necesario.

Pero, aunque no son religiosas, santa Luisa formará a las prime­ras Hermanas para que como ellas busquen la perfección, e incluso más que ellas:

Las Hijas de la Caridad están obligadas a trabajar en hacerse más perfectas que las religiosas.

San Vicente de Paúl, por su parte, no duda en llamar apostóli­co el servicio de las Hijas de la Caridad, como el de los misioneros:

… estas hermanas se dedican corno nosotros a la salvación y al cuidado del prójimo; y si dijese que con nosotros, no diría nada contrario al evangelio, sino muy conforme con el uso de la primi­tiva iglesia, ya que Nuestro Señor se servía de algunas mujeres que le seguían y vemos en el canon de los Apóstoles que eran ellas las que administraban los víveres a los fieles y se relacionaban con las funciones apostólicas.

En relación con la Congregación de la Misión, san Vicente de Paúl consiguió que expresamente se reconociera a los misioneros como pertenecientes al clero secular») y que por el hecho de emitir votos esta Congregación no sea contada en el número de las Órde­nes religiosas sino que será del cuerpo del clero secular».

La apertura canónica iniciada por las fundaciones vicencianas hizo posible la progresiva floración en la Iglesia de muchas otras formas de vida «no-religiosas». Aunque el derecho y la legislación eclesiástica hayan comprendido frecuentemente estas formas de vida como «semejantes a la de los religiosos», la teología de la Misión ha marcado un nuevo punto de partida, multicolor en su cre­atividad, para las hoy conocidas como Sociedades de Vida Apostólica» y para algunas congregaciones religiosas que han reformulado mejor su dimensión apostólica original a la luz de las intuiciones de dichas Sociedades’. La Congregación de la Misión y la Compañía de las Hijas de la Caridad han sido pioneras, contribu­yendo a la apertura canónica que hoy vemos como natural».

Corpus Juan Delgado, cm

Editorial CEME, 2015

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