Anotaciones al decreto conciliar «Perfectae Caritatis» (II)

Francisco Javier Fernández ChentoFormación CristianaLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: José Mª Ibáñez Burgos, C.M. · Año publicación original: 1966 · Fuente: Anales españoles.
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VII.—Transformación de la vida actual y exigencias de la vida religiosa

Los institutos religiosos apostólicos viven una hora importante. Las transformaciones socioculturales del mundo de hoy crean una exigencia de adaptación, lo cual supone para la Iglesia un discernimiento : «Se afirman unos aciertos apostólicos, mientras que la mediocridad o el fra­caso caracterizan unas tareas o unos métodos de gran importancia o de alto rendimiento en otros tiempos.» Esto supone descubrir las señales de estas alternativas, buscar sus razones, sugerir una línea de acción :

1º Unos caminos que se abren y otros que se cierran.

Hace unos años que los institutos religiosos apostólicos tienen un problema de voca­ciones. Este fenómeno, ciertamente, no se ha dado al mismo tiempo en todos los países. «En el pasado se hubiera atribuido la disminución de vocaciones a una disminución de fervor religioso. Hoy el juicio es más circunspecto y menos simple.» El P. Pin, S. J., en sus clases y en uno de sus artículos, ha clasificado estas señales bajo la expresión «sin duda excesiva», dice el mismo, de «crisis de confianza interna» de los mismos individuos.

El término puede ser discutido, incluso corregido, si se prefiere. Lo interesante es la explicación y desarrollo del término.

Haciendo un sondeo en el balance de la mentalidad del tiempo pasado y presente, llega a las siguientes conclusiones:

En el pasado, las dificultades que un religioso sentía frente a los diversos ministerios que le podrían ser confiados provenían, o de los sa­crificios que provenían de tal ministerio, o de las dudas sobre su propia capacidad. No se ponía en tela de juicio el valor objetivo de dichos mi­nisterios. Hoy parece que es esto lo que muchas veces se somete a jui­cio. «Se citan casos bastante frecuentes de abandono de vocación, des­pués de haber juzgado sobre la eficacia apostólica de su instituto.»

Se presentan dudas sobre la eficacia de la formación dada a sus miembros por las órdenes y congregaciones. Se da particularmente el caso, cuando el religioso tiene que trabajar junto a laicos adultos. Se sienten un poco «fuera de órbita».

c) Este problema interno parece deducirse de un problema externo

Hace unos años, cuando el Obispo o el párroco necesitaban un religioso para cualquier ministerio, se dirigían a una de las casas de religiosos y pedían «un religioso». Hoy este caso se da raramente, sobre todo cuando se trata de ministerios de particular importancia. Se pide al P. «X», especialista en tal o cual materia. La confianza se tiene en la persona y no en el instituto. La consecuencia es que unas personas son juzgadas «útiles», otras no tanto, y el resultado es que algunas personas están so­brecargadas de trabajo y otras no saben qué hacer.

Hipótesis explicativa: La hipótesis para explicar las crisis y dificulta­des actuales puede ser que ciertos institutos religiosos ciaban realizar un ajustamiento a una sociedad industrial, técnica, democrática, si quieren trabajar eficazmente en ella.

2º Cambios acaecidos en la sociedad global:

a) Paso de una sociedad unitaria, jerárquica y estrictamente contro­lada a una sociedad pluralista, democrática, «liberal».

Las consecuencias son grandes para los individuos. La sumisión, por ejemplo, podría ser en una sociedad anterior una necesidad, en lugar de ser una virtud. Hoy fácilmente el individuo adopta una ideología, un organismo, una información, incluso una religión, en conformidad con su modo de ser. Esto supone para los religiosos de vida apostólica, si quieren actuar con eficacia, tener un contacto individual con los fieles, admitir la verdadera colaboración de los laicos, abordarles por los medios ordinarios de propaganda.

b) Paso de la época de las competencias universales a la era de la especialización.—En el mundo precientífico, lo que se esperaba y se exi­gía al hombre de acción era, ante todo, una cultura más o menos am­plia. Hoy el hombre de acción tiene también necesidad de una forma­ción general cuyos dos polos son: el conocimiento del hombre histórico y el conocimiento de las culturas contemporáneas. Sin embargo, esto no es suficiente. En el mundo científico y técnico de hoy se exige que a la formación general se añada una competencia especializada. «El que no sabe todo de una cosa, no sabe nada. Viene a ser (a ser) inútil», afirma el P. Pin.

La afirmación es dura y quizá un poco excesiva, pero el sentido es claro. Hablando el mismo autor de la formación de los religiosos en la renovación del mundo de hoy, puede darnos el sentido de la frase anterior, cuando afirma: «Lo importante en una formación apostólica es el contenido de esta formación. Todo apóstol, que fuese capaz de esta formación apostólica, debiera recibir una triple formación: una formación humanista, una formación en la ciencia sagrada y una for­mación especializada, bien en las ciencias humanas o en las ciencias sagradas. La formación humanista permitiría al religioso comprender el mundo de hoy, le aseguraría una base para su reflexión teológica y filo­sófica… Esta especialización o formación especializada, sigue afirmando, «no está necesariamente unida a un doctorado». Sin embargo, para él supone una verdadera especialización. La consecuencia que saca es de un gran sentido espiritual cuando afirma: «Ninguna duda, y la experien­cia lo prueba, que los religiosos, especialmente formados de esta manera, encontrarán una confianza plena en su vocación: útiles a la Iglesia, no tacañearán los sacrificios que exigen la adquisición y el ejercicio de estas competencias especializadas.»

Recuerdo con agrado una frase que no hace muchos años, seis apro­ximadamente, escuché en nuestro Teologado de Salamanca, con oca­sión de unas conferencias sobre sociología. En las circunstancias en que fue dicha, manifestaba la convicción de aquella persona que afirmó: «Algu­nos piensan que por haber estudiado un poco de filosofía escolástica, ya tienen derecho a discutir y enjuiciar todo.» Me resultaría más agradable, si la misma persona volviera a repetirla en unas circunstancias pareci­das a las de entonces. No creo que la afirmación tuviera más valor hu­mano, pero al menos podría ser más eficaz, y, por otra parte, no se for­mularían tan fácilmente ciertas afirmaciones tan inexactas y falsas, ni se perdería el tiempo en discusiones inútiles y perjudiciales.

El decreto conciliar habla de la formación que se debe dar a los reli­giosos laicos y a las religiosas. Me es grato señalar los cuatro puntos de la Madre General de las Hijas de la Caridad en su citada conferencia y que han merecido el comentario de más de un profesor:

La formación en los noviciados de religiosas, dice, requiere:

  • «Una formación de bases teológicas profundas».
  • «Una formación que tenga por fin formar adultos».
  • «Una formación dada en orden a la Iglesia».
  • «Una formación abierta a la vida».

c) Paso de la época de gobierno «monárquico» a la era de órganos de gobierno.—Los príncipes del antiguo régimen se rodeaban de conse­jeros. Estos consejeros eran elegidos no a causa de su especialización, sino a causa de su juicio, de su experiencia, de su información. La misma Información era el fruto de un contacto inmediato con los hechos. La consulta era individual, pero resultaba global: lo que se preguntaba a cada uno era una opinión de conjunto.

En la sociedad especializada de hoy, los dirigentes tienen todavía ne­cesidad de consejeros sabios. «La información no puede ser en adelante proporciona da por los individuos; es necesario grupos de especialistas, completándose mutuamente, para proporcionar a los dirigentes las bases de la decisión.» A la consulta individual y sucesiva debe sustituir la consulta colectiva y concomitante. Todo jefe debe tener a su disposi­ción unos «órganos de gobierno». Esto limita, sin duda, lo arbitrario de su poder.

En orden a las sociedades religiosas, este modo de pensar y de ac­tuar acorta sus consecuencias. No quiere decir que se ponga en causa el carácter monárquico del poder ejecutivo en bien de estos institutos religiosos. Es del ejercicio de este poder de lo que se trata. Los con­sejeros tendrían una participación en la elaboración de soluciones. Esto requiere la creación de unos órganos de gobierno, comisiones o ministe­rios, encargados cada uno de un problema bien determinado. Ellos estu­diarían a fondo el problema, antes de dar la información necesaria y de proponer soluciones al superior. Estos comités debieran estar com­puestos por personas verdaderamente competentes, habiendo adquirido o renovado recientemente su información sobre los problemas a tratar. La actitud y decisión de Pablo VI es un buen ejemplo.

d) Paso de una sociedad estable a una sociedad sometida a cambios.— La sociedad pre-industrial y pro-técnica era relativamente estable. La iniciativa individual estaba contenida por las comunidades inmediatas que la controlaban. El individuo debía someterse a unas normas tradi­cionales. Una vez que las normas de acción habían sido dadas, no había necesidad de cambiar nada. El papel del responsable era, ante todo, vi­gilar la buena ejecución, y el papel de los inferiores, obedecer a las reglas fijas.

La liberación de la iniciativa individual y la «aceleración de la His­toria» llevará, por el contrario, a unes cambios continuos. Cambios a menudo involuntarios, difíciles de refrenar, difíciles de percibir en el mismo momento en que ellos se producen. Estos cambios modifican las condiciones de acción de los grupos y de las organizaciones e imponen una revisión de sus normas de acción, si quieren continuar existiendo y conseguir el fin y los valores que les son específicos. Todo esto supone un gran sentido crítico de observación y de revisión, «de lo contrario, los dirigentes, fieles mantenedores de las instituciones y de normas tradicio­nales, conducen poco a poco estas organizaciones a la ineficacia y a crisis internas y externas». Una vez más se impone como exigencia de un buen gobierno la consulta a unas personas especializadas.

En el terreno de las comunidades religiosas, la adaptación es un deber permanente. Los procedimientos de adaptación deben ser estudia­dos por personas que se renueven sin cesar en sus conocimientos. «El carácter ineficaz» de muchas de las comunidades en el mundo de las comunidades de hoy «se debe a la ignorancia de las personas que son consultadas y que hablan de todos los problemas».

Dos medios eficaces podrían permitir esta permanente adaptación:

1º Renovar regularmente el personal de los ministerios centrales. El ejemplo de Pablo VI con los nombramientos de Mons. Garrone y Charles Moéller son dos buenos ejemplos.

2º Constituir comisiones internacionales o nacionales que se re­unieran regularmente. Estas comisiones deberán estar compuestas por personas que trabajen habitualmente y estén directamente y por su es­pecialización, en contacto con los cambios que se realizan.

Si de los organismos o comunidades pasamos a los individuos con­cretos, las consecuencias pueden ser mayores desde el punto de vista humano y religioso, en orden a esta sociedad. La posición del religioso o religiosa deberá cambiar en más de un aspecto, Las cloro proposiciones de Sor Guillemin, hablando de las religiosas, pueden resumir perfecta­mente esta posición: «La religiosa de hoy es llevada a pasar:

  • de una situación de posesión a una situación de inserción;
  • de una posición de autoridad a una posición de colaboración;
  • de un complejo de superioridad religiosa a un sentimiento de frater­nidad;
  • de un complejo de inferioridad humana a una abierta participación en la vida;
  • de un cuidado de «conversión moral» a un cuidado misionero».

El P. Arrupe, Superior General de los PP. Jesuitas, afirmaba en una de sus charlas en París, el día 27 de febrero: «Es necesario admitir en el mundo de hoy que hay miembros en las comunidades religiosas mejor preparados en muchos problemas de los institutos religiosos que los Superiores Generales.» De este modo manifestaba su pensamiento y pedía colaboración. Como hemos afirmado anteriormente, no se trata de poner en causa el carácter monárquico del poder ejecutivo; es el ejer­cicio de este poder el que se pone en causa en orden a un mayor ren­dimiento y una mejor y mayor colaboración.

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