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P. Ángel Lucia |
12-12-94 |
Pamplona |
BPZ Enero 95 |
El P. Ángel Lucia Osuna nació en Lodosa (Navarra) el 31 de Julio de 1903. Sus padres Ángel y Margarita vivieron en Calamocha y Zaragoza. Muerto el padre, siendo Ángel niño, la madre con Ángel y otro hijo más pequeño se establece en Lodosa.
El P. Lucia inició su formación en la Apostólica de Teruel. Ingresó en la Congregación de la Misión en la casa de García de Paredes, Madrid, el 13 de septiembre de 1919 a los 16 años de edad. Fue ordenado sacerdote en la Basílica de la Milagrosa de Madrid el 2 de junio de 1928 por Mons. Manuel González, obispo de Málaga.
Destinado inmediatamente a Filipinas, permaneció diecisiete años dedicado a la docencia en los Seminarios de Calbayog y Lipa, lugar este último donde vivió las penosas vicisitudes de la ocupación japonesa durante la Segunda Guerra Mundial.
Por motivos de salud, volvió a España el 29 de diciembre de 1945. La primera etapa del viaje fue de Filipinas a San Francisco, EE.UU., en un barco de guerra, en el que voluntariamente ayudó a los «marines» norteamericanos a tirar al mar miles de granadas, quedándose sólo con las capsulas. En España estuvo dedicado a las Misiones Populares, residiendo en Pamplona (1946-1958), Zaragoza (1958-1971), San Sebastián (1971-1974) y Pamplona, de nuevo, (1974-1994).
Ha pasado de este mundo al Padre en Pamplona el 12 de diciembre de 1994, a los 91 años de edad y 75 de vocación.
Al P. Lucia se le puede aplicar con toda justicia lo que San Pablo dice de los servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios «que lo que de ellos se exige es que sean fieles» (1Cor 4,2). El P. Lucia fue un siervo bueno y fiel, fiel administrador de los misterios de Dios, especialmente de la Palabra y del Perdón, en los Seminarios de Filipinas primero, y en las Misiones Populares a las que se entregó, desde su vuelta a España, con celo y generosidad encomiables. Eran tiempos de gran esplendor para este ministerio tan vicenciano. Con el memorable P. Pedro Langarica formó, durante muchos años, una bina misionera célebre y admirada. Tenía, el P. Lucia, una voz clara y encendida; una dicción envidiable; unas ideas diáfanas y bien reflexionadas. Preparaba minuciosamente todas sus intervenciones verbales. Y todo lo guardaba cuidadosamente mecanografiado.
El P. Angel Lucia era de genio vivo y fuerte. Tenía respuestas rápidas e ingeniosas, aún en el período de su vida en el que su memoria se iba deteriorando. Pedía disculpa, cuando creía que podía haber ofendido, lo que nunca hacía de propósito. Era delicado en las atenciones y muy agradecido; cumplidor en todo, muy piadoso y rezador hasta el final. En su afán desmedido por cumplir con el rezo, cuando su memoria se había deteriorado, le quedó una fijación que le angustiaba y le hacía preguntar innumerables veces por el rezo del Breviario: «¿lo he rezado?» «Sí, P. Lucia, lo ha rezado Vd. todo y bien, y ya tiene el breviario preparado para mañana». El respondía: «¡Qué bien! Muchas gracias». Su muerte fue serena y en la paz del Señor que lo habrá acogido como a siervo bueno y fiel.
Carmelo Maeztu