32º Domingo T.O. (Rosalino Reyes Dizon)

Ross Reyes DizonHomilías y reflexiones, Año CLeave a Comment

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Resurrección alentadora y esperanzadora

Jesús es la resurrección y la vida.  Por eso, los cristianos no perdemos la esperanza.

Tratan unos saduceos de demostrar que creer en la resurrección es absurdo en vista de la ley del «levirato».  Contestándoles, Jesús pone al descubierto su falta de lógica y su ignorancia.

En primer lugar, rechaza él su lógica.  Lo absurdo es presuponer que se hará en la vida futura lo que se hace en la vida presente.  Pero no, los resucitados no se casan.  Ya no tienen que multiplicarse, dado que en el más allá no hay tierra que llenar ni someter.  Ni disminuye el número de ellos a causa de la muerte, porque ya no pueden morir, son como ángeles.

Ser como ángeles significa, en parte, contemplar continuamente el rostro del Padre celestial.  Por eso, se puede decir que el éxtasis del participante en la resurrección proviene de la contemplación íntima de Dios.  El éxtasis, entonces, ya no es producto de la intimidad conyugal.  Y ante la realidad de la unión perfecta de Cristo con su Iglesia, uno no tiene necesidad del sacramento del matrimonio.

En segundo lugar, cuestiona Jesús el conocimiento de los saduceos.  Ellos no admiten más autoridad doctrinal que el Pentateuco, del cual forma parte el Éxodo.  Sin embargo, parecen ignorar Ex 3, 6.

No dice Jesús, desde luego, que en estos cinco libros hay referencia explícita a la resurrección.  Pero él deja claro que en el pasaje citado se sobrentiende la resurrección.  Juega Jesús con el tiempo presente en «Yo soy [no yo era] el Dios de Abrahán … ».  Esto hace a Jesús  concluir que Dios es Dios de vivos, no de muertos.

Afirmando inequivocadamente la resurreción, Jesús nos ofrece esperanza.

Los hombres somos pobres, corruptibles e inclinados a la desesperanza.  Pero nos anima la Buena Noticia de la resurrección.  Ni por nuestras infidelidades debemos perder la esperanza.  Es que el trono de la misericordia de Dios es la grandeza de las faltas que él perdona (SV.XI:64).  Efectivamente, Jesús nos desafía también a afirmar con él la resurrección y a ser testigos creíbles de su propia resurrección.  ¿Afirmamos de verdad lo que Jesús?  ¿Somos nosotros testigos creíbles?

¿No indica la preocupación desordenada por nuestro bienestar físico que estamos bien satisfechos con los bienes materiales de la tierra?  ¿Aspiramos realmente a los bienes de arriba?  ¿No permanecemos en nuestra desesperanza que va manifestándose en la política actual de división y de culparse unos a otros?  ¿Somos tan valientes como los siete hermanos y su madre, descubriendo así nuestra fe en la resurrección?  ¿Creemos realmente que el Señor nos dará fuerzas y nos librará del Malo?

Señor Jesucristo, haz que encarnemos la proclamación eucarística:  «Por tu cruz y resurrección nos has salvado, Señor».

6 noviembre 2016
32º Domingo T.O. (C)
2 Mac 7, 1-2. 9-14; 2 Tes 2, 16 – 3, 5; Lc 20, 27-38

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