22º Domingo de T.O. (reflexión de Ross Reyes Dizon)

Francisco Javier Fernández ChentoHomilías y reflexiones, Año BLeave a Comment

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Author: Rosalino Dizon Reyes .
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La religión pura e intachable (Stgo 1, 27)

Jesús quiere que sus discípulos sean, a imitación de él, limpios de corazón.

El Mesías es limpio de corazón. Supera al que procura mantener limpio el corazón y entona: «¡Qué bueno es el Señor para los limpios de corazón!» (Sal 73). Pues, éste por poco da un mal paso por envidiar a los ricos perversos.

Jesús, por su parte, no abriga ningún propósito malo. Porque penetra el misterio de Dios, bien comprende que lo bueno es hacer del Señor su refugio. Le basta con estar junto a Dios; no le importa la tierra.

Para el Enviado de Dios, no es un aliciente la riqueza; ella no lleva a ningún destino glorioso. Por eso, de dentro de su corazón no salen maldades. Lo único que le motiva es su misión de proclamar la Buena Noticia y de sanar toda clase de enfermedades y dolencias. En su corazón solo hay propósitos de amor que desea cada vez el bien al prójimo.

Y quiere el Maestro que los discípulos seamos como él. Espera ver en nosotros un corazón limpio, en el que se interiorizará radicalmente su amor abnegado. Este amor es incompatible con toda inmundicia y toda mundanidad.

Así que no es de extrañar que Jesús radicalice la ley y los profetas con respecto al asesinato, el adulterio, el divorcio, el juramento, el voto, la ley del talión, y denuncie el estropeo de las obras de caridad y piedad de parte de aquellos que hacen todo para lucirse y alcanzar sus ambiciones arribistas. Sin esta interiorización radical, quedará lejos de Dios nuestro corazón y jamás saborearemos la sabiduría y la justicia de los mandamientos divinos.

Y realmente, ¿qué cambios estructurales llevarán a una verdadera reforma eclesiástica no sea que vengan acompañados de una profunda conversión? ¿Qué sentido del misterio que no sea mágico podrá despertar nuestras tradiciones, por ejemplo, una forma de hablar, un rito, un gesto o una vestimenta bordada de «los lejanos tiempos del siglo quinto al octavo», si las anteponemos a la misericordia y la justicia, si acentuamos más nuestras obras que la gracia de Dios?

¿Cómo vamos a discernir, además, el cuerpo de Cristo, si, basándonos solo en las apariencias, honramos a los ricos y avergonzamos a los que nada tienen? Que pasen hambre los pobres en medio de nosotros, esto indicará ciertamente falta de fe. Solo con las luces de la fe veremos, según san Vicente de Paúl, que los pobres con aspecto exterior repulsivo nos representan al Hijo de Dios (SV.ES XI:725).

Señor, concédenos la pureza interior que nos lleve a verte con mayor claridad.

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