Evangelio de Jesús, Mesías e Hijo de Dios
El Evangelio, la Buena Nueva, es Jesús, su predicación, su ministerio. Por tanto, su presencia nos llena de consuelo, alegría y esperanza.
El Evangelio connota novedad, la que figura en el comienzo. Es que Juan Bautista es un profeta diferente, nuevo.
En el desierto predica Juan. Es, pues, un excluido. Allí proclama un bautismo de arrepentimiento. Es diferente además su estilo de vida que nos recuerda al profeta Elías.
El Bautista llama, sí, a la gente a la conversión. Lo hace, sin embargo, con humildad. Primero, deja claro que no se trata de él. Señala al que puede más que él. Admite, además, que él bautiza con agua, mientras el que viene detrás de él bautizará con Espíritu Santo.
En otras palabras, declara Juan con humildad que quien personifica el Evangelio no es él, sino Jesús. Pero debido también a la misma humildad les resulta noticia alegre para los escuchadores de Juan la invitación al arrepentimiento.
Por eso, acude a él toda la población de Judea y de Jerusalén. Confiesan ellos sus pecados y se bautizan. Allí en el desierto, el Señor les habla al corazón, y responden como en su juventud (Os 2, 16-17). Así no sería, si Juan fuera como los con pretensiones de superioridad que menosprecian y condenan a los demás.
Preparamos el camino del Señor, dando nosotros, como Juan Bautista, testimonio vivo del Evangelio.
Como al Bautista, se nos manda por delante para que preparemos el camino de Jesús. Las reprensiones afrentosas y condenatorias no serán lo que nos ayude en nuestra misión. Para ganar a los demás, mejor que les hablemos con humildad y con respeto. Mejor aún si somos en persona el Evangelio, es decir, la atención efectiva que los pobres necesitan.
Y los discípulos haremos lo que el mensajero austero. Nos apartaremos de las expectativas covencionales de los mundanos que sirven al dinero. Y anunciaremos un mensaje diferente que a los pobres se les convierta en Evangelio. Será, sí, nuestra proclamación la del Maestro: «Bienaventurados los pobres».
Esto requerirá, claro, que, como María y José y el Bautista, seamos del grupo de «los pobres de Yahvé». Ésos nada tienen sino su fe en Dios; de él esperan el consuelo y la salvación. Entre ellos se conserva la verdadera religión (SV.ES XI:120). Nadie pasa hambre entre ellos, y se les respeta muchísimo a los más pobres. Por eso, resulta consoladora, alegradora y esperanzadora su celebración de la Cena del Señor. Y así apresuran también la venida del Señor.
Señor Jesús, haz que, contigo, seamos el Evangelio para los pobres. Concédenos, pues, ser portadores de consuelo, alegría y esperanza a los pobres.
10 Diciembre 2017
Domingo 2º de Adviento (B)
Is 40, 1-5. 9-11; 2 Ped 3, 8-14; Mc 1, 1-8