El papa de la alegría y de los pobres contra la lógica del descarte
El papa Francisco ha pasado casi dos días en Bolivia en su peregrinar misionero por los tres países de la periferia pobre de América del Sur. Para la Iglesia y para todo el país el mensaje del papa ha sido una palabra de esperanza y de alegría. El papa de la alegría del Evangelio es el papa de los pobres y descartados y por eso nos ha visitado. El encuentro con el pueblo de Dios en la Eucaristía masiva de Santa Cruz fue el momento de anunciar la fuerza de la Eucaristía y la lógica de bendición y entrega que ésta lleva consigo frente a cualquier lógica del descarte imperante en nuestro mundo, y con ello inauguró el V Congreso Eucarístico nacional que se celebrará en Tarija el próximo mes de septiembre, cuyo lema es “Pan partido para la vida del mundo”. A los sacerdotes y a los religiosos de vida consagrada nos invitó a vivir la alegría del Evangelio, caminando con misericordia entrañable hacia los pobres y necesitados, como Cristo hizo con el ciego de Jericó, evitando pasar de largo ante ellos o acallando su voz.
A los movimientos populares los ha animado a seguir en los distintos frentes de su actividad a favor de los marginados, convirtiéndolos en agentes de un verdadero proceso de cambio estructural y social, que preste atención a la libertad de los pueblos, a la dignidad de toda persona y a los derechos humanos universales a una tierra, a un techo y a un trabajo. Con ello la solidaridad y la justicia se abrirán caminos que conducen a la paz mundial, gravemente amenazada en esta guerra que, movida por el ídolo del dinero, mata, arrasa y aniquila. Asimismo puso de relieve que el instrumento adecuado y único en todos los objetivos políticos será siempre el diálogo abierto y sincero.
Ante los reclusos de la cárcel el papa se ha presentado ante todo como “un hombre perdonado” y les ha dicho que ser recluidos no significa ser excluidos y que así como Dios los quiere y los perdona, las administraciones públicas deben hacer de la cárcel un espacio de rehabilitación y de inclusión, no de hacinamiento, ni de corrupción, ni de exclusión. Con todo ello el papa Francisco nos ha dejado una estela de entusiasmo y de alegría que invita a la Iglesia a trabajar en su misión permanente por la difusión contagiosa del Evangelio y de sus valores.
Gracias por su visita, que puede acercarnos al encuentro personal con Jesucristo y entrar así en el mundo de valores del Evangelio, entre los cuales destacan el perdón, la verdadera compasión y la solidaridad desde la ternura misericordiosa de Dios hacia nosotros. La imagen de la niña abrazada por el papa en la cárcel de Palmasola puede ser el icono de su paso por Bolivia. Sigamos rezando por él y por su misión maravillosa de confirmar en la fe a los hermanos de todo el mundo.
La palabra de este domingo nos presenta el envío misionero de los Doce discípulos de Jesús (Mc 6, 7-13) y la llamada a la vida profética de Amós en el Antiguo Testamento. El texto evangélico pone de manifiesto la iniciativa del Señor en la llamada a los discípulos. Jesús los constituye en misioneros de manera permanente, no solamente para el momento que nos narra el evangelio. Y fueron enviados de dos en dos. El envío por parejas es específico de Marcos y con ello se expresa la necesidad de que haya dos testigos (Dt 19,15, 17,6). Ninguno de los dos testigos habla en nombre propio y no tiene nada propio que comunicar. Los discípulos van en misión y salen de dos en dos para poder ayudarse mutuamente y manifestar la fraternidad entre ellos.
De parte de Jesús reciben una autoridad también permanente para cumplir la misma misión que el maestro ya había mostrado. Es la autoridad para enfrentarse a los espíritus inmundos. Y deben ir por el mundo como personas libres y austeras. J.P. Meier recuerda estas dos notas esenciales del seguimiento radical de Jesús y en su obra Un judío marginal, comenta el texto de Mc 6,7:“Y llamó a los Doce y empezó a enviarlos de dos en dos y les daba autoridad sobre los espíritus inmundos” y dice: De hecho, relacionando tan estrechamente a los Doce con su persona y misión, Jesús convirtió el grupo en el modelo de lo que significa ser discípulo. Las tres condiciones del discipulado (recibir una llamada perentoria de Jesús; seguir a Jesús físicamente, renunciando a unos vínculos normales con la propia familia, y exponerse al sufrimiento) estaban especialmente representadas por este círculo íntimo de discípulos a los que Jesús había escogido “para que estuvieran con él” (por emplear la expresión con la que Marcos resume su función) mientras realizaba sus recorridos de predicación por Palestina. Quizá otros discípulos fueran menos constantes en el acompañamiento de Jesús, pero los discípulos a los que Jesús había escogido originalmente para el círculo de los Doce perseveraron en ese relevante grupo de seguidores a lo largo de los éxitos y fracasos del ministerio; es más, con la excepción hecha de Judas, tras el desastre del Calvario llegaron a conocer como grupo los primeros días de la Iglesia. Esta asociación estable a largo plazo con Jesús permite suponer que los Doce, más que la mayor parte de los otros seguidores, habrían sido los regulares oyentes y testigos oculares del ministerio de enseñanza y curación. Simplemente por su estabilidad y perseverancia y a pesar de sus fallos, encarnaban de manera pública y como una lección permanente lo que Jesús entendía por discipulado. Les hubiera asignado o no Jesús explícitamente esta función, la desempeñaron de hecho, lo cual probablemente contribuyó no en pequeña manera a su influencia en los primeros días de la Iglesia.
En los primeros relatos de vocación los discípulos lo dejaron todo y siguieron a Jesús, abandonaron trabajo y familia para irse con Jesús. Para la misión también deben ir libres de todo. Sólo tienen una cosa: la autoridad moral y la fuerza de convicción de su palabra. El mensaje que hay que comunicar consiste en anunciar en proclamar la cercanía del Reino de Dios en la persona de Jesús y desde ahí predicar la conversión. Esta cercanía inminente del Reino se manifiesta en la realización de las mismas obras de Jesús: la expulsión de demonios y la curación de los enfermos mediante la unción.
Por otra parte el testimonio del profeta Amós de la primera lectura de este domingo se remonta al siglo VIII a. de C. Su mensaje puede parecernos muy lejano si nos fijamos en el tiempo en el que escribió, pero, dadas las circunstancias de su entorno social y religioso y su posible parangón con los problemas que vivimos en nuestro mundo, podríamos pensar que se trata de uno de los profetas con los pies bien firmes sobre nuestra tierra.
Amós es el primer profeta bíblico que nos transmitió su mensaje por escrito. No sabemos en qué año nació ni cuándo murió. Nació en Tecoa, una ciudad pequeña a 17 Km al sur de Jerusalén. Era pastor y agricultor de profesión. Pero Dios lo llamó a desempeñar su misión profética en el Reino del Norte de Israel. Allí reinaba Jeroboam II (782-753) que fue un gran militar, que ensanchó la frontera norte de Israel, derrotó a Damasco y se anexionó territorios en Transjordania. La economía progresó mucho durante su reinado gracias al comercio de las caravanas, al desarrollo de la industria textil y a la explotación de minas de cobre. Fue una época de esplendor macroeconómico desconocida desde los tiempos de Salomón. Al mismo tiempo existían grandes problemas sociales, sobre todo, la terrible opresión de los pobres, víctimas de los terratenientes, de los potentados y de la corrupción en los tribunales de justicia. Era un tiempo de grandes injusticias y de un contraste brutal entre ricos y pobres.
Un pequeño agricultor estaba a merced de los prestamistas que los exponían a la hipoteca, al embargo y a la esclavitud. Este sistema empeoraba por la ambición de los ricos y comerciantes, que aprovechaban las fianzas dadas por los pobres para aumentar sus riquezas. Se falsificaban los pesos y medidas, se recurría a trampas legales y se sobornaba a los jueces. Mientras tanto la situación de los empobrecidos era cada vez más dura.
El profeta Amós denunció esta trágica situación. La novedad de su mensaje consistió en el rechazo del reformismo para dar paso a la ruptura total con las estructuras vigentes: Todo el sistema está podrido, el muro de Israel está abombado y no puede mantenerse en pie; “es un cesto de higos maduros, maduros para el fin” (Am 8,1-3). La denuncia de los pecados concretos del lujo, la injusticia, el culto falso, y la falsa seguridad religiosa constituye el centro de su intervención profética. Pero fue su crítica mordaz a las instituciones la que le valió la oposición del sacerdote Amasías y del rey (Am 7,10-17). Amós, con la libertad radical de los profetas, ponía el dedo en la llaga al desvelar que la raíz del mal social estaba sobre todo en las instituciones: Los poderes político y judicial, vinculados a la religión, eran los responsables principales de la injusticia por fomentar una idea errónea de Dios y tranquilizar la conciencia de los gobernantes y opresores. La firmeza de Amós frente a las instituciones políticas y religiosas es un ejemplo de actuación profética en nuestros días.
El papa Francisco ha sido en Bolivia el apóstol de Jesucristo, con la autoridad convincente del Evangelio y la firmeza crítica del profeta Amós. Que su testimonio nos ayude a todos a reavivar en nosotros la grandeza del Evangelio.