La paradoja del poder en la debilidad
Ezequiel, profeta de Dios, perteneciente a una familia sacerdotal, vive en carne propia el exilio de su pueblo y, en este contexto duro y difícil, recibe la Palabra de Dios para que lo anuncie entre los desterrados a orillas del río Quebar. La primera visión del carro de Yahvé (Ez 1,16) se interrumpe por este diálogo que tiene el profeta con Dios acerca de su vocación. La fuerza del Espíritu arrebata al profeta y éste abre su oído a la voz de Dios. El título “Hijo de Adán” o “Hijo de hombre”, es muy usado en este escrito profético, y resalta la diferencia notoria del ser humano con Dios y obviamente la distancia que lo separa en orden a la pureza y santidad. Más adelante, este será uno de los títulos que se atribuirá a Jesús en los evangelios con carácter mesiánico. El ministerio de Ezequiel se enmarca en un tiempo difícil y los epítetos aplicados a Israel en la insistencia de su rebeldía, revelan lo duro que será su misión. Esto ya es una interpretación de por qué están sufriendo con la deportación: su propia rebeldía, su terquedad ante la Palabra de Dios, su falta de escucha y obediencia, los ha llevado a vivir tan terrible situación. Pero en medio de esa situación, la voz de Dios se hace presente por medio del profeta, y sea que cumpla su ministerio puntualmente o no sea escuchada la palabra por el pueblo deportado, Dios deja constancia que buscó al pueblo para que se dobleguen ante su misericordia por la voz de su profeta. Dios no tira la toalla en la consecución de su plan salvífico.
Lo narrado en este capítulo 12 de esta segunda carta a los corintios no resulta fácil corroborarlo con otras cartas. Son datos y expresiones de Pablo que revelan aspectos íntimos y experiencias espirituales muy propias. Se sabe que esta carta se caracteriza por la férrea defensa de su apostolado pero en esta sección Pablo empieza a manifestar ciertas revelaciones recibidas por el Señor justamente en un contexto de apología personal. Lo paradójico es que en lugar de narrar sucesos extraordinarios presenta algunas situaciones de debilidad que tuvo que afrontar en su ministerio. Así, habla de una aguijón en su carne, que quizá pueda estar referido a una enfermedad o en su defecto la fuerte oposición de sus hermanos judaizantes (hermanos de sangre / carne). Lo cierto es que, Pablo marca una distancia frente a quienes valoran el éxito de su misión por las cosas extraordinarias que le suceden. En su lugar, él considera que cada experiencia, aún más las que pareciera nos debilitan, es el mejor ejemplo de cómo la gracia de Dios se hace presente y ésta nos lleva, no a gloriarse uno mismo, sino a dar gloria a Dios. Por tanto, la fuerza de la misión no radica en el poder humano y también que, aquello que se pueda ver como debilidad o frustración en esta misma experiencia del ministerio apostólico, termina por ser el mejor medio para reconocer la fuerza de la gracia y lo que lleva adelante.
El ministerio público de Jesús queda circunscrito en la primera parte del evangelio de Marcos al Mar de Galilea y sobre todo al pueblo de Cafarnaúm. De pronto, nos encontramos con este segundo encuentro con parientes cercanos de Jesús. En el anterior, fueron a buscarlo para llevárselo consigo pues pensaban que estaba fuera de sí (Mc 3,21), pero ahora es el mismo Jesús quien visita su pueblo (Nazaret). Y así, por segunda vez, se nota una cierta incomprensión acerca de su persona y su misión. Jesús enseña en la sinagoga de su pueblo y aunque los oyentes manifiestan su asombro ante tal enseñanza, surgen las dudas acerca de cómo es posible aquel coterráneo suyo ostente tanta sabiduría ya que lo habían visto crecer en esa humilde aldea donde la vida acontecía sin mayores sobresaltos. Jesús, que es admirado por su extraordinaria sabiduría y por la obra de sus poderes nunca antes vistos, no termina de ser comprendido por los suyos sino más bien es considerado un nazareno más de a pie. Esto era motivo de escándalo en el pueblo y por ello Jesús hace suyo aquel dicho popular: “nadie es profeta en su tierra”. La sombra de la desconfianza no permite que el poder
de Dios se manifieste intensamente. Todo esto nos llevaría a pensar que dentro de la comunidad de los seguidores de Cristo empieza a aparecer un cierto grupo de paisanos o parientes de Jesús que exigían cierto prestigio por esta condición, en medio de una comunidad estructurada alrededor de la “casa”. Así, el ser discípulo de Jesús, no se obtiene por un derecho “natural” sino más bien requiere urgentemente la fe en su persona, algo que no se ve en los pasajes de Marcos donde se cita a sus paisanos y parientes cercanos, y esta realidad en definitiva es la que lleva a que forme uno parte de la verdadera familia de Jesús (cf. Mc 3,31-35). Justamente, quienes dicen conocerlo mejor son los que no llegan a reconocerlo como el Hijo de Dios.
Dios no se cansa de manifestarse siempre al hombre para revelarle su amor y su salvación. Nuestras rebeldías, nuestra desconfianza, nuestra soberbia, nos pueden hacer perder de vista que la gracia de Dios está tocándonos la puerta día a día. Y allí está pasando Jesús, a través de las personas que menos pensamos o en las situaciones que muy poco consideramos pueda despuntar la acción de Dios. Hoy como ayer, la voz de los profetas resuena fuertemente, y aunque no se quiera escuchar, una y otra vez Dios llama a sus profetas para “destruir y derribar, para edificar y plantar”. No te gloríes pues hablando de cosas extraordinarias, visiones o revelaciones espectaculares, ponte a pensar de verdad ¿qué ganas con eso? Encuentra y revisa aquellos momentos de debilidad y valora la grandeza de la gracia que obra a pesar de tus flaquezas. No seas terco, incrédulo o jactancioso. Déjate sorprender por el Dios de la misericordia, de lo sencillo, de lo común, de lo cotidiano. Porque cuando eres débil entonces eres fuerte.