Después del paréntesis litúrgico de la celebración de cuatro solemnidades muy importantes: Ascensión, Pentecostés, Santísima Trinidad y Corpus Christi, corresponde ahora volver a lo que denominamos el “Tiempo Ordinario”. El evangelio de San Marcos nos irá presentado en el transcurso de los domingos siguientes, por medio del Evangelio, la Palabra del Señor como criterio fundamental de actuación de nuestra vida cristiana en nuestro intento por instaurar su Reino en el mundo en que vivimos. Y lo hará de una forma humilde y profunda para acercar el mensaje al conocimiento de la gente sencilla. San Marcos se fija en un estilo del Señor como observador directo de los acontecimientos de la vida, que se enternece, se admira y hunde su mirada en las necesidades de los demás. Anuncia con sinceridad y transparencia y no teme a las reacciones que su palabra puede provocar
Hoy nos presenta dos parábolas o comparaciones, “La parábola de la semilla que crece sola” y la “del grano de mostaza”. La primera la recoge solamente San Marcos y nos indica que la cosecha es segura, es decir, que la plenitud del Reino de Dios, a pesar de los obstáculos y dificultades, llegará. El Reino de Dios no surge por sorpresa o violentamente. Echada la semilla, germina, crece y madura sin prisa, espontáneamente. Nos damos cuenta que el acento de la parábola es hacernos descubrir el valor de la gracia, del amor de Dios que, aunque necesita nuestra colaboración en cualquier ámbito de la vida, siempre será pequeña en comparación a la influencia divina. Nos invita a valorar y descubrir el sentido auténtico de nuestra vida: la serenidad interior, la paz, el mantenimiento del ritmo adecuado de nuestros objetivos y actividades sin ansiedades inútiles que impiden un adecuado desarrollo emocional y espiritual.
La segunda parábola, “el grano de mostaza” contiene connotaciones parecidas a la anterior. Nos exhorta a comprender que el activismo exagerado, la búsqueda de los resultados rápidos y sin importar los medios, hundirnos en el pesimismo o en la resignación por la aparente ineficacia de nuestros compromisos, no son buenos síntomas para vivir con paz interior. En cambio, una actitud humilde y sencilla en el devenir de los acontecimientos, descubrir la bondad de las personas y las situaciones, fomentar nuestra propia autoestima, relativizar las ansiedades del futuro para no sucumbir en nuestros proyectos y vivir la alegría del presente, serán criterios sanos para sentirnos un poco más felices.